Amigos sin fronteras
Había una vez, en un hermoso bosque argentino, tres ratoncitos muy aventureros llamados Benito, Matías y Sofía. Siempre estaban buscando comida para llevar a su madriguera y disfrutar de deliciosos banquetes juntos.
Un día, mientras exploraban el bosque en busca de nueces y frutas jugosas, se encontraron con un puercoespín llamado Ramón. Pero algo era diferente en Ramón: estaba rodeado de afiladas y puntiagudas púas que lo cubrían por completo.
Benito fue el primero en verlo y exclamó sorprendido: "¡Miren chicos! ¡Es un puercoespín!". Matías se acercó con curiosidad pero retrocedió rápidamente cuando vio las espinas. "¡Uy! ¡No me quiero pinchar!", dijo asustado. Sofía miraba al puercoespín con tristeza y preocupación.
"Pobrecito, parece que está solo", susurró. Los ratoncitos continuaron su camino sin decir nada más sobre Ramón. Pero Sofía no podía dejar de pensar en él. A medida que avanzaban, sentía cada vez más compasión por ese solitario puercoespín.
Decidió volver atrás para hablar con Ramón. Se acercó lentamente al pequeño animalito y le sonrió amigablemente. "Hola, soy Sofía", dijo tímidamente. Ramón levantó la cabeza sorprendido y respondió: "Hola... soy Ramón". Su voz sonaba triste y apagada.
Sofía decidió ser valiente e invitar a Ramón a unirse a ellos. "¿Te gustaría venir con nosotros, Ramón? Juntos podemos encontrar mucha comida y hacer nuevos amigos", le propuso con entusiasmo.
Ramón se quedó en silencio por un momento, luego su rostro se iluminó con una gran sonrisa. "¡Claro que sí! Me encantaría tener amigos y explorar el bosque juntos", respondió emocionado. Sofía llevó a Ramón de vuelta donde estaban Benito y Matías.
Los ratoncitos se sorprendieron al ver a Sofía acompañada por el puercoespín, pero pronto entendieron lo que estaba pasando. Benito fue el primero en acercarse a Ramón y estrecharle la mano con valentía. "Bienvenido, amigo", dijo con sinceridad.
Matías también superó su miedo inicial y se unió al saludo. "Sí, bienvenido Ramón. Prometo no asustarme más por tus espinas". Desde ese día, los cuatro amigos exploraron juntos el bosque en busca de comida deliciosa para compartir.
Descubrieron frutas jugosas, nueces crujientes y hasta miel dulce colgando de los árboles. Poco a poco, los ratoncitos aprendieron que las apariencias pueden engañar y que la amistad verdadera no tiene barreras ni prejuicios.
Juntos enfrentaron desafíos como correr de un zorro hambriento o escalar árboles altos para alcanzar sus tesoros culinarios. Con cada aventura compartida, las espinas de Ramón dejaron de ser un obstáculo para la amistad y se convirtieron en una parte especial de lo que los hacía únicos como grupo.
Al final, Benito, Matías, Sofía y Ramón se dieron cuenta de que la verdadera amistad no se basa en cómo lucimos por fuera, sino en el amor y el apoyo incondicional que nos brindamos unos a otros.
Y así, los ratoncitos y el puercoespín vivieron felices para siempre, demostrando al mundo que la diversidad es hermosa y que todos merecen ser aceptados tal como son. Fin.
FIN.