Amigos sin fronteras


que llamó su atención. Era un pequeño gatito blanco y gris, perdido y asustado. Dylan se acercó lentamente al gatito y le dijo: "¡Hola amiguito! ¿Estás perdido? No te preocupes, yo te ayudaré".

El gatito parecía entenderlo y maulló suavemente. Sin dudarlo, Dylan tomó al gatito en sus brazos y decidió llevarlo a casa. En el camino de regreso, encontró a su vecina, la señora Marta.

"¡Señora Marta! ¡Mire lo que encontré en la calle! Es un gatito perdido", exclamó Dylan emocionado. La señora Marta sonrió y acarició al gatito. "Qué bueno eres, Dylan. Parece que tienes un nuevo amigo". Dylan asintió con entusiasmo mientras seguía caminando hacia su casa con el gatito en brazos.

Al llegar a casa, Dylan le dio agua y comida al gato antes de presentárselo a sus padres. "¡Mamá, papá! ¡Miren lo que encontré en la calle!", gritó Dylan emocionado.

Sus padres quedaron sorprendidos pero contentos por la bondad de su hijo. Decidieron llamar al nuevo miembro de la familia —"Pelusa" . Con el paso del tiempo, Pelusa se convirtió en el mejor amigo de Dylan.

Juntos jugaban todo el día e incluso dormían juntos todas las noches. Pelusa era muy cariñoso y siempre estaba ahí para consolar a Dylan cuando se sentía triste o cansado. Un día soleado de verano, mientras jugaban en el jardín, Dylan notó algo extraño.

Pelusa se acercaba a una planta y comenzaba a rascarse con desesperación. Al acercarse, Dylan vio que había una abeja enredada en el pelaje de Pelusa. Dylan sabía que las abejas podían picar y hacerle daño a su amigo.

Sin pensarlo dos veces, corrió hacia la casa y buscó un frasco vacío para atrapar a la abeja sin lastimarla. Con mucho cuidado, Dylan logró liberar a Pelusa de la abeja y llevarla al exterior.

Ambos estaban ilesos gracias al valiente acto de Dylan. "¡Gracias por salvarme, Dylan! Eres el mejor amigo que alguien puede tener", maulló Pelusa mientras le daba un dulce beso en la mejilla. Dylan sonrió radiante y respondió: "Y tú eres mi mejor amigo también, Pelusa".

Desde aquel día, Dylan supo que siempre debía estar atento y ayudar a los demás cuando lo necesitaran. Aprendió que los pequeños gestos de bondad pueden marcar una gran diferencia en la vida de alguien más.

Y así, Dylan creció siendo un niño amable y generoso con todos los seres vivos que encontraba en su camino. Su historia inspiró a otros niños a seguir su ejemplo y convertirse en personas solidarias.

La amistad entre Dylan y Pelusa perduró para siempre, demostrando que el amor incondicional trasciende las barreras del lenguaje o especie. Juntos enseñaron al mundo que no importa cuán pequeños seamos, podemos hacer grandes cosas si tenemos un corazón lleno de amor y bondad.

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