Amigos sin fronteras
Había una vez en un tranquilo barrio de Buenos Aires, una gatita llamada Luna. Luna era especial, tenía el pelaje blanco como la nieve y una orejita negra que le daba un toque único.
Vivía feliz junto a su dueño, Hugo. Un día, mientras exploraba el vecindario, Luna se encontró con un perrito salchicha llamado Marte. Marte también era especial, con sus patitas cortas y su cuerpo alargado.
Era tan adorable que Luna no pudo evitar enamorarse al instante. Desde aquel momento, Luna y Marte se volvieron inseparables. Juntos jugaban en los parques y recorrían las calles del barrio sin importarles lo que pensaran los demás animales o las personas.
Sin embargo, algunos no entendían su amistad porque decían que "los gatos no pueden ser amigos de los perros".
Un día soleado, mientras caminaban por el parque, un grupo de animales comenzó a burlarse de ellos por ser diferentes: "¡Miren esa pareja tan extraña! Un gato y un perro juntos... ¡eso es imposible!". Los comentarios hirieron profundamente a Luna y Marte.
Tristes pero decididos a demostrarle al mundo que el amor no tiene barreras ni prejuicios, nuestros valientes amigos idearon un plan para enseñarle a todos la importancia de la amistad sincera. Luna recordó que cerca del parque vivía Don Leónidas, un viejo sabio erizo conocido por sus consejos acertados. Decidieron buscarlo para pedirle ayuda.
Al llegar ante él "Don Leónidas", dijo Luna tímidamente, "nos necesitamos su consejo. La gente no comprende nuestra amistad y nos critican por ser diferentes".
Don Leónidas los miró con sabiduría y les dijo: "La verdadera amistad no se basa en lo que somos, sino en cómo nos tratamos mutuamente". Luna y Marte entendieron el mensaje de Don Leónidas.
Decidieron organizar un gran evento en el parque para mostrarle a todos que la diversidad es hermosa y que la amistad puede romper cualquier barrera. El día del evento, animales de todo el vecindario se reunieron en el parque. Luna y Marte subieron al escenario y compartieron su historia de amor y amistad.
Contaron cómo habían superado las críticas juntos y demostraron que lo importante era respetar a los demás sin importar sus diferencias. Al finalizar su discurso, todos los animales aplaudieron emocionados. Los comentarios negativos desaparecieron, reemplazados por sonrisas de comprensión y aceptación.
Desde aquel día, Luna y Marte siguieron siendo amigos inseparables. El barrio aprendió una valiosa lección sobre la importancia de valorar las diferencias entre los demás.
Y así, Luna demostró al mundo que el amor no entiende de especies ni colores, solo necesita corazones abiertos dispuestos a aceptar a quienes son diferentes. Porque cuando uno ama sin prejuicios ni barreras, se puede lograr un mundo mejor donde todos vivan en armonía. Fin
FIN.