Amigos sin fronteras



En un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, se encontraba el Colegio Parroquial San José, un lugar lleno de alegría y aprendizaje.

Todos los años, en el mes de marzo, se realizaba una gran ceremonia para dar la bienvenida a los nuevos estudiantes de primer grado. Ese año, la emoción estaba en el aire mientras los padres y los niños llegaban al colegio.

Había nerviosismo y expectativa en los rostros de los pequeños que estaban por comenzar esta nueva etapa en sus vidas. Entre ellos se encontraba Tomás, un niño tímido pero curioso que estaba ansioso por conocer a sus compañeros y maestros. Al entrar al aula, Tomás se sorprendió al ver lo colorido y acogedor que era.

En las paredes había dibujos y carteles con mensajes motivadores. La señorita Laura, la maestra del primer grado, les dio la bienvenida a todos con una sonrisa cálida.

"¡Bienvenidos chicos! Soy la señorita Laura y estoy muy feliz de tenerlos aquí", dijo emocionada. Los niños se miraron entre sí con timidez pero también con entusiasmo. Pronto empezaron a jugar juntos y a hacerse amigos.

Tomás conoció a Martina, una niña divertida que le enseñó juegos nuevos durante el recreo. Los días pasaron rápidamente y cada vez más niños se integraban al grupo. Pero un día, algo inesperado sucedió: llegó al colegio Mateo, un niño en silla de ruedas.

Al principio, algunos niños no sabían cómo reaccionar ante esta situación diferente a lo que estaban acostumbrados. Pero Tomás decidió acercarse a Mateo y hablarle. Descubrió que compartían gustos similares por los dinosaurios y los superhéroes.

Pronto se volvieron amigos inseparables, demostrando que la verdadera amistad va más allá de las diferencias físicas. Un día, durante una clase de educación física en la que todos jugaban fútbol excepto Mateo por su condición física, Tomás tuvo una idea brillante.

"¡Esperen chicos! ¿Qué les parece si adaptamos el juego para que todos podamos participar?", propuso emocionado. La señorita Laura apoyó la idea e incentivó a los niños a trabajar juntos para encontrar una forma inclusiva de jugar.

Así fue como crearon "El fútbol sentado", donde todos podían divertirse sin importar sus habilidades físicas. El día del partido llegó y tanto Tomás como Mateo estaban emocionados por jugar juntos en equipo.

Fue un momento mágico ver cómo todos los niños colaboraban y se apoyaban mutuamente para alcanzar la victoria. Desde ese día, el Colegio Parroquial San José se convirtió en un ejemplo de inclusión y amistad para toda la comunidad.

Los niños aprendieron que las diferencias nos hacen únicos pero es nuestra capacidad de aceptarnos unos a otros lo que nos hace especiales. Y así, entre risas y juegos inclusivos, Tomás descubrió que la verdadera magia estaba en abrir su corazón a nuevas amistades sin prejuicios ni barreras.

FIN.

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