Amigos sin palabras


Había una vez, en una escuela primaria de Argentina, un grupo de alumnos de 6to grado muy unido y amigable. Todos los días compartían risas, juegos y aprendizajes juntos.

Pero un día, llegó una nueva compañerita llamada Graciela que no podía hablar. Aunque sus compañeros estaban acostumbrados a comunicarse hablando, sabían que debían hacer todo lo posible para integrarla. Al principio, fue un desafío para todos.

Los niños se sentían perdidos sin poder entender lo que Graciela quería decirles. Se preguntaban cómo podrían ayudarla a sentirse parte del grupo si no podían comunicarse con ella adecuadamente.

Un día, durante el recreo, los niños se reunieron en un rincón del patio para discutir cómo podían resolver esta situación. Fue entonces cuando Mateo tuvo una idea brillante. "¡Chicos! ¿Y si aprendemos las señas mexicanas para poder comunicarnos con Graciela?"- exclamó emocionado.

Todos los demás niños se miraron sorprendidos por la propuesta de Mateo pero rápidamente comenzaron a entusiasmarse con la idea. "¡Eso es genial!"- dijo Sofía. "Podremos hablar con Graciela y hacerla sentir bienvenida". A partir de ese momento, los niños dedicaron su tiempo libre a aprender las señas mexicanas.

Practicaban durante el recreo e incluso pidieron ayuda al profesor de música para aprender canciones en lenguaje de señas. Poco a poco, los niños fueron mejorando en su habilidad para comunicarse con Graciela mediante las señas mexicanas.

Descubrieron que a pesar de no poder hablar, ella tenía mucho para decirles. Graciela les enseñó palabras y frases básicas en lenguaje de señas, como —"hola" , —"gracias"  y "me gusta jugar".

Con el tiempo, los niños se dieron cuenta de que Graciela tenía una gran imaginación y era muy creativa. Aunque no podía hablar, expresaba sus ideas a través de dibujos y gestos. Los compañeros la incluían en todas las actividades del salón y la invitaban a jugar durante los recreos.

Un día, mientras estaban realizando un proyecto sobre diversidad cultural, Graciela sorprendió a todos con su talento artístico. Creó un mural gigante donde representaba diferentes culturas del mundo utilizando colores vibrantes y signos mexicanos.

El mural se convirtió en el centro de atención de la escuela. Todos los alumnos quedaron maravillados por el talento de Graciela y se sintieron orgullosos de tenerla como compañera. A partir de ese momento, Graciela se convirtió en una parte fundamental del grupo.

Los niños aprendieron que la comunicación va más allá de las palabras habladas; puede ser a través del arte, los gestos amigables o simplemente estar ahí para alguien cuando lo necesita.

Al finalizar el año escolar, todos los alumnos recibieron un reconocimiento especial por su esfuerzo en integrar a Graciela al grupo. La directora felicitó al grupo diciendo: "Han demostrado que la verdadera amistad no tiene barreras lingüísticas ni limitaciones".

Los niños sonrieron con orgullo porque sabían que habían logrado algo increíble juntos: habían creado un ambiente inclusivo y amigable donde todos se sentían valorados y respetados. Y así, la historia de Graciela y sus compañeros se convirtió en un ejemplo inspirador para toda la escuela.

Aprendieron que no importa cómo nos comunicamos, sino cómo nos tratamos unos a otros. Y eso es lo que realmente importa.

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