Amistad Inesperada
Era un día soleado en el vecindario de Villa Amistad, y todos los animales estaban disfrutando de la calidez del sol. En una pequeña casa de la esquina, vivía un gato llamado Gato. Gato era un felino elegante y ágil, que pasaba la mayor parte del día tomando largas siestas y persiguiendo mariposas. A Gato le gustaba todo de su vida, excepto una cosa: tener un perro de vecino.
Al otro lado de la cerca, vivía Perro, un canino juguetón y cariñoso que siempre estaba dispuesto a hacer nuevos amigos. Sin embargo, Gato nunca le había dado la oportunidad de acercarse.
Un día, mientras Gato estaba tomando el sol, sintió un leve movimiento en la cerca. Se asomó y vio a Perro jugando con una pelota.
- ¡Hola, Gato! - ladró Perro emocionado - ¿Querés jugar?
- No, gracias - respondió Gato con desdén - No juego con perros.
Perro, aunque un poco triste, respondió:
- Pero jugar es muy divertido. Podríamos ser amigos.
- Yo tengo mis propias cosas divertidas. ¡Los gatos no necesitamos amigos perros! - dijo Gato mientras giraba su cuerpo y se acomodaba de nuevo para dormir.
Pasaron varios días, y Gato seguía ignorando a Perro. Pero un día, algo inesperado sucedió. Mientras exploraba su jardín, Gato se dio cuenta de que una de sus mariposas preferidas había volado hacia el otro lado de la cerca.
Intrigado, fue siguiendo el trayecto hasta que se encontró en el patio de Perro. Allí, vio a la mariposa posándose sobre la pelota de Perro.
- ¡Eh! - gritó Gato irritable - ¡Esa es mi mariposa!
Perro, viendo que Gato estaba tan alterado, respondió:
- No te preocupes, yo sólo estaba jugando con ella. Aquí está, te la devuelvo. - y le empujó la pelota suavemente con su pata.
Gato se quedó un momento sin saber qué hacer. Tal vez Perro no era tan malo después de todo.
- Gracias - dijo Gato, mientras recuperaba la mariposa con cuidado. Pero antes de que se volviera a su casa, algo le hizo cambiar de idea.
- Oye, Perro - continuó - ¿te gustaría jugar un poco?
Perro movió la cola, feliz de que por fin Gato le prestara atención.
- ¡Claro que sí! - ladró emocionado.
Y así, Gato y Perro comenzaron a jugar juntos. A medida que pasaba el tiempo, Gato descubrió que Perro era un gran compañero de juegos. Corrían, saltaban y se reían juntos.
Sin embargo, después de un rato, Gato notó que Perro parecía cansado.
- ¿No te gustaría descansar un poco? - preguntó Gato, quien, aunque solía disfrutar estar solo, se preocupaba por su nuevo amigo.
- ¡No, no! - ladró Perro - ¡Todavía quiero jugar!
- Creo que es importante hacer pausas - dijo Gato, recordando lo que su madre siempre le decía.
Perro miró a Gato y pensó que tal vez tenía razón. Así que ambos se tumbaron en la hierba fresca y disfrutaron del suave viento de la tarde.
Mientras descansaban, Gato preguntó:
- ¿Por qué querías ser mi amigo?
- Porque todos merecemos ser amigos - respondió Perro. - Y somos diferentes, pero eso está bien. La vida es más divertida con amigos, sin importar si somos gatos o perros.
A medida que el sol comenzaba a ponerse, Gato miró a Perro con gratitud.
- Gracias, Perro. Me alegra haberte conocido. Creo que juntos podemos aprender cosas nuevas el uno del otro.
- ¡Sí! - ladró Perro emocionado - ¿Sabías que soy muy bueno encontrando cosas escondidas? Podría ayudarte con eso.
- Y yo puedo enseñarte a escalar árboles - siguió Gato.
Desde ese día, Gato y Perro se volvieron inseparables. Aprendieron a valorarse por sus diferencias y descubrieron que la amistad podía surgir de los lugares más inesperados. Gato ya no soñaba con estar solo, porque había encontrado en Perro un compañero divertidísimo que llenaba sus días de alegría.
Y así fue como Gato y Perro demostraron en Villa Amistad que las diferencias son el ingrediente perfecto para una gran amistad. Y que, aunque somos diferentes, ¡todos podemos ser amigos!
¡Y colorín colorado, este cuento se ha terminado!
FIN.