Amor y odio en el patio



En un barrio de Buenos Aires, donde los árboles dan sombra y los perros juegan en la vereda, vivían dos amigos que, a primera vista, parecían ser los peores enemigos. Kiara era una chica alta, linda y con una personalidad chispeante. Aunque tenía un aire grosero que asustaba a algunos, su compasión la hacía única. Por otro lado, Lucio era un chico algo bajo, enojón y también grosero, pero con un corazón que le daba un toque especial. Juntos formaban un dúo explosivo.

Un día, Kiara decidió hacer una broma pesada. En medio del recreo, acercó un balde lleno de agua a la puerta del salón de clases, justo cuando Lucio pasaba por ahí.

"¡Cuidado, Lucio!" - gritó ella riendo a carcajadas.

"¡Qué grosera que sos, Kiara!" - respondió Lucio, empapándose completamente. Esto sólo hizo que Kiara riera aún más. Sin embargo, en el fondo, había algo que no podían negar: ¡se divertían juntos a pesar de sus peleas!

Las semanas pasaron y, a pesar de sus constantes peleas, se dieron cuenta de que siempre se apoyaban el uno al otro. Lucio había aprendido a aceptar la compasión de Kiara, mientras que ella, a su vez, empezó a ver la vulnerabilidad que había en Lucio detrás de su fachada enojona.

Un día, mientras jugaban en el parque, una tormenta inesperada comenzó a formarse. Los fuertes vientos azotaron sus caras mientras trataban de encontrar refugio. En medio del desmadre, Lucio tropezó y se cayó, justo en una charca.

"¡Lucio! ¡Estás empapado!" - exclamó Kiara, mientras corría a ayudarlo.

"No me importa, esto es tu culpa por meterme siempre en líos" - se quejó Lucio, aunque en su mirada había un toque de gratitud.

Cuando la tormenta pasó, ambos se encontraron en el mismo refugio. Sin darse cuenta, empezaron a compartir historias de su infancia, risas y pequeños secretos, y poco a poco, fueron comprendiendo que detrás de cada broma y cada insulto se escondía una profunda amistad.

"¿Sabés qué, Lucio? A veces creo que Sos lo mejor de esta escuela..." - le dijo Kiara, sorprendiendo incluso a sí misma.

"Y vos, Kiara, tenés una forma de hacer que todos se diviertan, aunque a veces seas una payasa" - respondió Lucio con una sonrisa.

A partir de ese momento, las peleas se volvieron menos frecuentes y empezaron a crear recuerdos juntos: fueron al cine, se ayudaron con las tareas y hasta hicieron un proyecto escolar en equipo. La gente los veía como enemigos, pero ellos sabían que, en el fondo, eran grandes amigos.

Un día, mientras estaban en el parque, Kiara miró a Lucio y, con una sonrisa, le dijo:

"¿Sabés? Creo que te quiero, pero no en el sentido que imaginas, sino como un amigo de verdad."

"Yo también, Kiara. Sos la mejor enemiga que podría tener" - concluyó Lucio mientras ambos reían.

Y así, entre risas y bromas, Kiara y Lucio aprendieron que incluso en las peores peleas, la amistad puede brillar con más fuerza. Desde ese día, se volvieron inseparables, demostrando que el amor y el odio pueden ser dos caras de la misma moneda, y una gran amistad puede nacer de los relatos más inesperados.

Y en ese pequeño barrio de Buenos Aires, los días llenos de risas demostraron que, aunque a veces se peleen, siempre hay lugar para un amigo de verdad, incluso si ese amigo es el que más te toca los nervios.

FIN.

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