Amy y la Aventura en la Piscina



En un pequeño barrio de Buenos Aires, había una escuela muy especial llamada "El Jardín del Saber". Era un lugar donde los niños aprendían sobre mil cosas y tenían un enorme patio con una piscina brillante. Todos los miércoles, los alumnos disfrutaban de la clase de natación, menos una niña: Amy.

Amy era una niña curiosa, siempre tenía una sonrisa en el rostro y le encantaba explorar. Pero había un pequeño problema: no sabía nadar. Cuando llegaba el miércoles, su corazón se llenaba de nervios y ansiedad al ver a sus compañeros saltando y divirtiéndose en la piscina.

Una mañana, después de una clase sobre los océanos, Amy le dijo a su maestra, la señorita Luisa:

- “Seño, ¿qué pasa si no sé nadar? Tengo miedo de caerme al agua.”

La señorita Luisa se agachó a su altura y le respondió con cariño:

- “Amy, todos aprendemos a nuestro propio ritmo. Nadando o no, lo importante es no dejar que el miedo nos detenga. ¿Te gustaría intentar aprender a nadar? ”

Amy dudó un momento, sus pensamientos luchaban entre el miedo y el deseo de probar algo nuevo. Finalmente, decidió:

- “Sí, quiero aprender. Pero… ¿y si me asusto? ”

- “No te preocupes, yo estaré contigo. Lo haremos paso a paso. ¿Te parece? ”

Amy asintió asombrada. Esa misma tarde, después de la escuela, la señorita Luisa llevó a Amy a la piscina vacía para que se familiarizara con el agua. Al principio, sólo mojaría los pies.

- “Mirá, el agua es más tibia de lo que parece, ¿verdad? ”

Amy sonrió mientras sus deditos jugaban en el agua. El próximo paso era sumergir las manos. A medida que pasaban los días, la confianza de Amy crecía. Practicaban chapoteando y flotando con un balón.

Un día, mientras practicaban, Amy vio a sus amigos en la otra parte de la piscina. Todos parecían divertirse mucho.

- “¿Te gustaría unirte a ellos? ” - preguntó la señorita Luisa.

- “No sé si puedo…” - respondió Amy, sintiendo esa mezcla de nervios y emoción.

La maestra pensó un momento y luego dijo:

- “Vamos a probarlo. Puedes quedarte en el borde, y si te sientes cómoda, puedes entrar lentamente.”

Con un valor que no sabía que tenía, Amy se acercó al borde. Miró a sus amigos, que la animaban guiñando los ojos. Ella se concentró y dio un pasito hacia el agua. Con cada pasito, su corazón latía más fuerte, pero al mismo tiempo, su deseo de divertirse crecía.

De repente, ¡Plop! Amy dio un pequeño salto y cayó al agua. Su instinto la llevó a mover los brazos y patalear. Estaba en el agua, pero…” ¡no se ahogó! ” Se sentía liviana y comenzó a reír a carcajadas.

- “¡Estoy nadando! ¡Miren! ” - gritó entusiasmada.

Los amigos se acercaron, aplaudiendo y vitoreando.

- “¡Vamos Amy! ¡Sos una genia! ” - le gritó Juan, su mejor amigo.

Esa tarde, mientras terminaba la clase, la señorita Luisa le dio un abrazo a Amy.

- “Lo hiciste, ¡aprendiste a nadar! ¡Estoy muy orgullosa de vos! ”

- “Gracias, seño. Me divertí mucho.” - respondió Amy con una gran sonrisa.

Desde ese día, cada miércoles no solo nadaba, sino que también se convirtió en la mejor amiga de la piscina. Aprendió a bucear, a hacer juegos con sus amigos y a lanzar el balón. Amy descubrió que el miedo a veces puede transformarse en la mayor alegría cuando nos atrevemos a dar un paso más allá.

Y así, en el Jardín del Saber, la pequeña Amy no solo aprendió a nadar, sino que también enseñó a otros que, con paciencia y valentía, podían también enfrentar sus miedos. La piscina dejó de ser un lugar de temor, ¡y se convirtió en el escenario de sus mejores aventuras! Y lo más importante, una lección quedó grabada en cada corazón: el valor de enfrentar los miedos siempre trae recompensas inesperadas, y el apoyo de un buen amigo puede hacer que cualquier desafío sea más fácil.

FIN.

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