En el zoológico de la ciudad vivía una jirafa llamada Ana.
Desde pequeña, Ana era diferente a sus hermanos, ya que había nacido más pequeña de lo normal.
Los niños que visitaban el zoológico se compadecían de ella y, para animarla, le empezaron a dar dulces.
Ana, encantada con los dulces, dejó de comer las verduras y la leche de su madre, lo que preocupaba a sus cuidadores.
Un día, mientras Ana trataba de alcanzar las hojas del árbol más alto, sus hermanos se burlaron de ella.
"Mira a Ana, ni siquiera puede alcanzar las hojas más ricas", se burlaban.
Entonces, un viejo león que vivía en el zoológico se acercó a Ana y le preguntó por qué ya no comía las verduras ni la leche de su madre.
Ana, avergonzada, le contó sobre los dulces y cómo le costaba alcanzar las deliciosas hojas altas.
El león le explicó a Ana que, aunque los dulces son deliciosos, no le estaban brindando la nutrición que necesitaba para crecer fuerte y alcanzar su máximo potencial.
Además, le recordó que todos los animales son diferentes y que eso es lo que los hace especiales.
Ana, comprendiendo el mensaje del león, decidió dejar los dulces y empezar a comer las verduras y beber la leche de su madre nuevamente.
Con el tiempo, Ana comenzó a crecer y a fortalecerse.
Con determinación, practicaba estirando su cuello y saltando, hasta que un día logró alcanzar las hojas más altas del árbol.
Sus hermanos, sorprendidos, admiraron su esfuerzo y valentía.
Desde ese día, Ana se convirtió en un ejemplo para todos en el zoológico.
Los niños que la visitaban veían en ella a una jirafa valiente y perseverante.
Ana les enseñó que con esfuerzo y determinación, todo es posible, y que cada uno es especial a su manera.