Ana, la Justiciera Solidaria


Había una vez, en la ciudad de Buenos Aires, una mujer rubia llamada Ana. Ana era una justiciera que luchaba por la igualdad y la equidad social en su comunidad.

Ella creía que todas las personas merecían ser tratadas con respeto y valoradas por quienes eran, independientemente de su género, orientación sexual o estatus social. Un día, mientras caminaba por el centro de la ciudad, vio a un grupo de niños jugando en un parque cercano.

Se acercó para saludarlos y preguntarles sobre sus sueños e ilusiones. Uno de los niños le dijo: "Quiero ser astronauta cuando sea grande". Otro niño respondió: "Yo quiero ser médico".

Sin embargo, había un niño que no sabía qué responder. Ana se acercó al niño y le preguntó: "¿Y tú? ¿Qué quieres ser cuando seas grande?" El niño bajó la cabeza y murmuró: "No sé... No creo que importe lo que quiera hacer".

Ana se sorprendió al escuchar esas palabras y decidió hablar con él para entender mejor cómo se sentía. "¿Por qué piensas eso?", preguntó Ana.

El niño explicó que su familia no tenía mucho dinero y que sentía como si sus sueños fueran inalcanzables porque no tenía los recursos necesarios para lograrlos. Ana entendió perfectamente cómo se sentía ese niño porque ella misma había experimentado situaciones similares durante su infancia.

Decidió ayudarlo a encontrar inspiración en cada pequeña cosa del día a día: desde aprender algo nuevo cada día hasta ayudar a alguien en necesidad sin esperar nada a cambio; desde disfrutar de la naturaleza hasta hacer una actividad que lo haga feliz.

El niño comenzó a sentirse más motivado y seguro de sí mismo. Pero un día, mientras caminaba por el barrio, Ana se encontró con un grupo de personas protestando en contra del gobierno.

Se acercó para escuchar sus demandas y opiniones, pero notó que la situación estaba empezando a ponerse tensa. Decidió intervenir para evitar cualquier tipo de violencia. "Por favor, no peleen", dijo Ana. "Podemos solucionar esto hablando". Pero las personas no querían escucharla y comenzaron a insultarla y empujarla.

Fue entonces cuando Ana recordó las palabras del niño: "No creo que importe lo que quiera hacer". Esa frase le dio fuerzas para seguir luchando por lo que creía justo y necesario en su comunidad.

Continuó hablando con las personas, explicándoles cómo podían trabajar juntos para lograr cambios positivos sin necesidad de violencia o enfrentamientos. Al final del día, Ana regresó al parque donde había conocido al niño unos días antes.

Lo encontró jugando con sus amigos y sonriendo como nunca antes lo había visto. "¿Qué te parece si algún día nos convertimos en astronautas juntos?", preguntó Ana al niño. "¡Sí! ¡Y también podemos ayudar a los demás!", respondió el niño emocionado.

Ana sonrió satisfecha sabiendo que había hecho una pequeña diferencia en la vida del niño y en su comunidad. Aprendió que siempre hay algo qué hacer por los demás sin importar cuán grandes o pequeños sean nuestros sueños e ilusiones.

Y así fue como Ana se convirtió en una inspiración para muchos otros que, como ella, luchaban por un mundo más justo y equitativo.

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