Ana y el Aula Especial



Era un día soleado cuando Ana, una niña curiosa de diez años, llegó a su escuela. Era su primer día en el aula de autismo, un espacio donde iba a conocer a compañeros nuevos y aprender a ser más inclusiva. Se sentía un poco nerviosa, pero también emocionada.

Al entrar al aula, vio a muchos niños que tenían formas distintas de interactuar entre sí. Al fondo, un niño llamado Leo estaba construyendo una torre con bloques de colores.

"Hola, soy Ana" - dijo Ana, acercándose con una sonrisa. Leo la miró, sonrió de vuelta y siguió apilando bloques.

"¿Puedo jugar contigo?" - preguntó Ana.

Leo asintió pero no dijo nada. Ana se sentó a su lado y comenzó a ayudarlo a construir. Pronto, otros niños se unieron, trayendo más bloques de distintos colores.

Entre risas y torres, Ana notó que algunos niños se comunicaban de maneras diferentes. Una niña llamada Sofía, que estaba dibujando en su cuaderno, miró hacia Ana.

"¿Te gusta dibujar?" - preguntó Sofía, levantando su cuaderno para mostrárselo.

"¡Sí! Me encanta!" - respondió Ana emocionada. "¿Puedo ver qué estás haciendo?"

Sofía sonrió y le mostró una hermosa mariposa de colores brillantes.

"¡Es preciosa! ¿Te gustaría pintar juntas después?" - dijo Ana.

Sofía asintió mientras Ana no podía creer que tenía tan buenos amigos allí mismo.

Luego, un niño llamado Tomás comenzó a hacer ruidos divertidos. A algunos niños les gustaba imitar esos ruidos. Ana observó por un momento hasta que decidió unirse.

"¡Ja, ja! Eso fue gracioso!" - se rió. Los demás se sumaron y los ruidos llenaron el aula de risas.

Pfyyy, pfyyy, hic, hic, uuhhh! “ - comenzó a hacer Ana. Todos estaban felices y disfrutando el momento.

Durante el almuerzo, Ana se dio cuenta de que cada uno tenía su manera especial de comunicarse y relacionarse. Sentada en la mesa, comenzó a hablar con sus nuevos amigos.

"¿Qué les gusta hacer?" - preguntó Ana.

"A mí me gusta hacer laberintos con plásticos y muchos colores" - dijo Leo con los ojos brillantes.

"A mí me encanta dibujar, quiero ser artista" - respondió Sofía.

"Y a mí me gusta inventar juegos nuevos" - añadió Tomás con una sonrisa en su rostro.

Ana sintió que cada uno de ellos tenía algo único que ofrecer. Sin embargo, un momento que dejó a todos en silencio fue cuando Ana preguntó.

"¿Por qué algunos de ustedes no hablan tanto?"

Los niños se miraron entre ellos y Leo levantó la mano, aunque un poco tímido.

"A veces las palabras no son suficientes para explicar lo que sentimos" - dijo Leo.

Ana sintió que eso tenía sentido. En ese momento, se le ocurrió una idea.

"¡Podríamos jugar a crear una obra de teatro! Todos en el aula podrían participar y usar gestos, imágenes, o incluso canciones para contar una historia!"

Los ojos de sus compañeros brillaron al escuchar esa propuesta. Un murmullo de emoción recorrió el aula y todos comenzaron a hablar al mismo tiempo, proponiendo personajes, situaciones y acciones.

"Yo quiero ser un dragón!" - exclamó Tomás.

"Y yo, una princesa!" - dijo Sofía.

"¡Y nosotros podemos ir al espacio!" - añadió Leo.

Así, comenzaron a trabajar juntos. Ana dibujó un gran escenario y cada niño ayudó a hacer decoraciones. En lugar de sentirse diferentes, el aula de autismo se convirtió en un lugar lleno de creatividad y trabajo en equipo. Al final del día, la maestra les aplaudió y el aula estalló en risas, saludos y alegría.

"¡No puedo esperar a mostrarle a todos lo que hemos hecho!" - dijo Ana.

Y así, Ana no solo aprendió sobre el aula de autismo, sino que descubrió que cada uno tenía una forma especial de brillar, y que juntos podían crear cosas maravillosas.

Desde ese día, Ana y sus amigos continuaron trabajando en su proyecto, fortaleciendo su amistad y creando un hermoso espacio donde cada uno se sentía valorado y querido.

Ana sintió que había aprendido una gran lección: la diversidad era una maravillosa mezcla que hacía que todos juntos fueran mucho más felices de lo que podían llegar a ser por separado.

FIN.

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