Ana y el Día Sin Colores
Era un día soleado en el jardín de infantes, y Ana, una curiosa niñita de 4 años, saltaba emocionada hacia su clase. Pero al abrir la puerta, se detuvo en seco. Todo estaba triste y gris. No había colores en ninguna parte. Los dibujos en la pared, los juguetes, e incluso los trajes de sus compañeritos parecían haber sido borrados con un borrador gigante.
"¡Se han ido todos los colores!" - exclamó Ana, mirando a su alrededor con asombro. Su mejor amigo, Tomás, se acercó con una expresión de preocupación en su rostro.
"Es verdad, Ana. Parece que el arco iris se ha esfumado" - respondió Tomás, rascándose la cabeza.
Los niños comenzaron a hablar entre ellos, cada uno proponiendo explicaciones.
"¿Y si el monstruo de los colores los ha robado?" - añadió Carla con un susurro.
"O tal vez alguien olvidó girar la rueda de colores" - propuso Lucas, muy serio.
Ana, sin dudar, decidió que tenían que hacer algo para traer de vuelta los colores.
"¡Vamos a buscarlos!" - dijo, levantando el puño con determinación.
Los niños se unieron a Ana y juntos comenzaron una búsqueda en el jardín. Se asomaron detrás de los árboles, en los rincones del patio, y hasta miraron en la casita de juegos. Pero no había rastro de color por ninguna parte.
"Quizás deberíamos preguntar a la maestra Sofía" - sugirió Tomás. La maestra siempre tenía la respuesta para todo.
Se acercaron a ella, quien los estaba observando con una sonrisa.
"Se ve que están buscando algo muy importante, chicos" - dijo Sofía.
"¡Sí, maestra! Todos los colores han desaparecido, y necesitamos encontrarlos" - explicó Ana, moviendo sus manitas enérgicamente.
"Hmm, eso suena muy misterioso. Pero, ¿qué tal si miramos dentro de nosotros mismos? A veces, los colores no están solo afuera, también los llevamos dentro" - contestó Sofía, mirando a cada uno de los niños.
Ana se quedó pensativa.
"¿Cómo hacemos eso?" - preguntó curioso Lucas.
"Podemos usar nuestra imaginación y nuestras emociones para crear nuevos colores" - respondió Sofía con entusiasmo.
Los niños comenzaron a pensar en sus sentimientos: el amor, la alegría, la tristeza y la amistad.
"Puedo sentir el rojo del amor porque quiero mucho a mi mamá" - dijo Carla sonriendo.
"Yo siento azul cuando juego entre amigos", agregó Tomás.
"Y yo el amarillo de la alegría cuando corro en el parque" - dijo Ana emocionada.
Con cada emoción que compartían, pequeños destellos de colores comenzaron a rodearlos. Al principio, eran apenas destellos, pero pronto se transformaron en brillantes formas que danzaban a su alrededor.
"¡Miren!" - gritó Lucas, apuntando hacia los colores que empezaban a cubrir el aula.
Los colores regresaron, llenando el salón con la magia de la alegría y la amistad.
"¡Lo logramos!" - gritó Ana, haciendo girar sus brazos como si tratara de atrapar todos los colores.
La maestra Sofía terminó la clase con una gran sonrisa.
"¿Ven lo importante que es compartir nuestros sentimientos? Los colores siempre están en nosotros, solo hay que abrir el corazón para dejarlos salir" - dijo ella.
Desde aquel día, Ana y sus amigos aprendieron que los colores no solo existían en el mundo material, sino que también residían en su interior, y que cada emoción y experiencia les ayudaba a crear un maravilloso arco iris en su vida.
Y así, cada vez que veían algo gris, no dudaban en recordar que podían darle vida y color a su día con su imaginación y sus sentimientos.
"¿Hoy te gustaría jugar con el verde de la naturaleza?" - propuso Tomás un día.
"Sí, y también con el púrpura de la creatividad" - contestó Ana dando saltitos.
Así, cada día resultaba ser una nueva aventura llena de colores, gracias a que aprendieron a mirar dentro de sí mismos.
A partir de ese momento, no solo sus días en el jardín de infantes brillaron con colores, sino que también, con su amistad y creatividad, desafiaron a la tristeza cada vez que intentaba acercarse a ellos.
FIN.