Ana y Ele en el Castillo Embrujado
Era un día soleado en el pequeño pueblo de Villa Lúmina, y dos amigas inseparables, Ana y Ele, habían planeado una aventura. Siempre habían oído historias sobre un viejo castillo en lo alto de una colina, un lugar que según decían, estaba embrujado. Con su curiosidad latente y sus mochilas cargadas de golosinas, decidieron que era hora de investigar.
"Ana, ¿estás lista para nuestra gran aventura?" - preguntó Ele, con los ojos brillantes de emoción.
"Por supuesto, Ele. Siempre quise ver ese castillo de cerca.¡Vamos!" - respondió Ana, sin poder contener su emoción.
Las chicas comenzaron a caminar por un sendero lleno de flores coloridas que les guiaba hacia la colina. A medida que se acercaban, el castillo se alzaba majestuosamente frente a ellas, sus torres tocando las nubes. Tenía un aire misterioso que les provocaba escalofríos, pero eso no las detuvo.
Al llegar a la entrada, encontraron una gran puerta de madera, cubierta de hiedra. Ele empujó la puerta, que se abrió con un chirrido que resonó en todo el castillo.
"¿Estás segura de que queremos entrar?" - preguntó Ana, sintiéndose un poco nerviosa.
"¡Claro! Lo mejor es que exploramos juntas. No hay nada que temer. ¡Mirá qué hermoso es por dentro!" - contestó Ele, mientras admiraba las paredes decoradas con pinturas antiguas.
Adentrándose en el castillo, se encontraron con un gran vestíbulo lleno de ecos del pasado. En una mesa de piedra había un libro abierto, polvoriento y cubierto de telarañas.
"¿Deberíamos leerlo?" - preguntó Ana, intrigada.
"Sí, ¡puede que tenga información sobre los fantasmas!" - dijo Ele emocionada. Mientras hojeaban las páginas, leyeron historias de un viejo rey y su tesoro perdido, guardado por un espíritu amistoso. Ella comprendieron que aquel fantasma no buscaba asustar, sino proteger una gran lección de generosidad y amistad.
"¿Y si encontramos ese tesoro?" - propuso Ana, y Ele asintió con entusiasmo.
Siguiendo las pistas del libro, se aventuraron por oscuros pasillos y escaleras crujientes. De repente, escucharon un ruido extraño detrás de ellos.
"¿Te das cuenta de que podríamos estar siendo seguidas por el fantasma; lo sabías, no?" - dijo Ana, asustada.
"No, ¡no puede ser! ¡Seguro debe ser solo un ratón! ¡Sigamos!" - afirmó Ele, intentando mantener el ánimo alto.
Así, se adentraron por un laberinto de habitaciones, encontrando espejos que reflejaban cosas sorprendentes y cuadros que parecían moverse. En el fondo de una habitación muy oscura, encontraron una puerta escondida tras una cortina polvorienta. Ele la abrió y, para su sorpresa, encontraron un hermoso jardín dentro del castillo, iluminado por vagones de luz que parecían de otro mundo.
"¡Es increíble!" - exclamó Ana, mientras sus ojos se iluminaban. El jardín estaba lleno de flores de colores brillantes y árboles frutales.
En el centro del jardín había una fuente con agua cristalina. Al acercarse, las chicas notaron que había algo brillando en el fondo.
"Tal vez sea el tesoro. ¡Vamos a buscarlo!" - gritó Ana.
Ambas se arrodillaron al borde de la fuente, y mientras intentaban averiguar cómo llegar al fondo, el agua comenzó a danzar levantando una pequeña bomba de aire. De repente, un espíritu se materializó ante ellas.
"¡No teman, pequeñas aventureras! Soy el guardián de este jardín. He estado esperando a que alguien viniera a apreciar la belleza y la amistad que ha crecido aquí. El verdadero tesoro no es oro ni joyas, sino los lazos que se forjan en las aventuras juntos. " - pronunció el espíritu con una voz suave.
Ana y Ele se miraron y comprendieron que el verdadero tesoro que habían encontrado era su amistad y el respeto por la belleza del castillo.
"¡Gracias!" - dijeron las chicas al unísono, entendiendo que su aventura había sido mucho más significativa que lo que jamás imaginaron.
"Siempre será su hogar, vengan cuando lo necesiten..." - dijo el espíritu, desapareciendo en un destello de luz.
Ana y Ele volvieron a casa, con el corazón lleno de alegría. Habían explorado y aprendido que el tesoro más grande son las experiencias compartidas, y que no necesitan un castillo embrujado para vivir aventuras. Desde entonces, no solo exploraron otros lugares juntas, sino que también comenzaron a contar su historia, inspirando a otros a valorar la amistad y la curiosidad.
Fin.
FIN.