Ana y Ele en la Casa Embrujada



Era una tarde soleada en el pequeño pueblo de Villa Alegre, donde Ana y su inseparable amiga Ele se encontraban jugando en el parque. Mientras charlaban sobre sus sueños y travesuras, escucharon un rumor que las dejó intrigadas: una casa al final de la calle, una vez vibrante y llena de vida, ahora estaba abandonada y se decía que estaba embrujada.

"¿Te imaginas si esa casa tiene fantasmas?" - preguntó Ele, con la mirada brillando de emoción.

"O tal vez tesoros escondidos" - respondió Ana, mientras su corazón latía más rápido por la aventura que se avecinaba.

Decidieron que al día siguiente explorarían la casa. Pero no sin antes armarse de valor. Esa noche hicieron un plan. Se llevaron linternas, algunas galletitas y sus peluches, como si eso las protegería.

Al día siguiente, decididas y con una pizca de miedo, se acercaron a la casa. Era vieja y cubierta de enredaderas, con ventanas sucias y una puerta de madera que se veía tan pesada como el misterio que guardaba.

"¿Estás lista?" - preguntó Ana, mirando a Ele.

"Listísima. Al fin y al cabo, ¡somos intrépidas exploradoras!" - contestó Ele, sacudiendo sus manos y tratando de espantar el miedo.

Empujaron la puerta y esta chirrió, creando un eco que resonaba en el silencio. Al entrar, las chicas vieron que la casa estaba llena de polvo y telarañas.

"¡Qué lugar más extraño!" - exclamó Ana.

"Y emocionante también. Vamos a ver qué encontramos" - dijo Ele, iluminando con su linterna las habitaciones.

Mientras recorrían, descubrieron un viejo reloj de pie que hacía tic-tac, aunque no parecía haber electricidad en la casa. En la cocina, una olla estaba llena de un líquido que burbujeaba sin parar.

"¿Qué será eso?" - preguntó Ele, sintiendo una mezcla de curiosidad y temor. "¿Y por qué burbujea?"

"Tal vez sea una poción mágica" - adivinó Ana, sonriendo. "¡Imaginá que encontramos un hechizo que nos haga volar!"

Al seguir explorando, escucharon un susurro proveniente de la habitación de al lado. Las chicas se miraron con miedo pero decidieron asomarse.

"¿Hay alguien ahí?" - preguntó Ana, con un hilo de voz.

"¡Hola!" - respondió una voz suave. Era un pequeño gato negro, con ojos amarillos que brillaban en la penumbra. "Me llamo Sombra. Estaba esperando a alguien que me ayudara."

"¿A ayudar? ¿Con qué?" - inquirió Ele, intrigada por la presencia del pequeño felino.

Sombra explicó que la casa estaba embrujada porque antiguos dueños habían dejado una maldición. Esa maldición hacía que nadie pudiera vivir en paz allí y que los objetos en la casa tuvieran vida propia, como el reloj.

"¡No puedo creerlo!" - exclamó Ana. "Pero, ¿cómo podemos ayudar?"

"Necesito que me ayuden a reunir tres objetos mágicos que están guardados en diferentes habitaciones. Solo así la maldición se romperá" - dijo Sombra, mirándolas con esperanza.

Las chicas aceptaron la misión. Juntas, comenzaron a buscar los objetos: una pluma dorada, un libro antiguo y una llave de plata. Con cada objeto que encontraban, los susurros en la casa se volvían más alegres, como si la casa misma comenzara a sonreír.

"¡Lo hemos conseguido!" - gritaron Ana y Ele al juntar los tres objetos.

"Ahora, debemos llevarlos al reloj, allí es donde se desatará la magia" - les indicó Sombra, guiándolas hacia la sala principal.

Cuando llegaron al reloj, las chicas colocaron los objetos sobre una mesa. Sombra se sentó en la mesa, cerró los ojos, y comenzó a ronronear. De repente, una luz brillante llenó la habitación, seguida de una melodía suave y encantadora que hizo vibrar las paredes de la casa.

"¡Felicidades!" - gritó Sombra, mientras la mala energía comenzaba a disolverse "Lo lograste. La casa ahora estará llena de risas y alegría, y los fantasmas se irán como un mal sueño."

Con una sonrisa, Ana y Ele se abrazaron. Aprendieron que la valentía y la amistad podían resolver incluso los misterios más oscuros. El gato negro, ahora un gran amigo, les prometió que siempre sería su guardián en aquella casa que, a partir de ese día, se convertiría en un lugar donde los niños del pueblo vendrían a jugar y a contar historias.

"Esto fue una aventura increíble, ¡y lo hicimos juntas!" - dijo Ana, mirando a su amiga con admiración.

"Sí, y nunca olvidaremos el poder de la amistad. ¡Vamos a invitar a todos a conocer la nueva casa!" - contestó Ele, radiante de felicidad.

Así, Ana, Ele y Sombra vivieron muchas más aventuras en la Casa Embrujada, que ahora era llamada simplemente como “La Casa de las Risas”. Y cada día se aseguraban de que la magia de la amistad nunca se apagara.

FIN.

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