Ana y la Casa del Tiempo Perdido
Era un día soleado cuando Ana, una curiosa niña de diez años, decidió aventurarse en su barrio. Había escuchado rumores sobre una casa antigua, cubierta de hiedra y llena de misterios: la casa embrujada.
"¡Vamos a ver qué hay dentro!", se dijo Ana con emoción, pensando que podría encontrar tesoros o tal vez un fantasma amistoso.
Al abrir la puerta, se encontró con un largo pasillo oscuro que parecía no tener fin. Las paredes estaban cubiertas de polvo, y había cuadros de personas que parecían mirarla fijamente. Ana avanzó, sintiendo una mezcla de temor y emoción.
De repente, escuchó un llanto suave. Siguiendo el sonido, Ana entró en una habitación pequeña, y allí se encontró con una niña de su edad sentada en el suelo.
"¿Por qué lloras?" -preguntó Ana con preocupación.
"Me llamo Michell y..." -dijo la niña, limpiándose las lágrimas"llevo aquí nueve meses. No puedo encontrar la salida."
"¿Nueve meses?" -exclamó Ana, sorprendida. "¿Por qué no has tratado de salir?"
"Lo intenté, pero cada vez que creo que encuentro una puerta, regreso al mismo lugar. Esta casa es engañosa y parece que no quiere que nos vayamos."
Ana pensó por un momento y luego dijo:
"Tal vez si trabajamos juntas, podremos encontrar la salida. Dos cabezas piensan mejor que una."
Michell sonrió un poco, y juntas comenzaron a explorar la casa. A medida que caminaban, se dieron cuenta de que había habitaciones que parecían cambiar de lugar. Una vez estaban en un salón espléndido lleno de espejos, y al siguiente se encontraban en una biblioteca polvorienta llena de libros que hablaban de magia y criaturas fantásticas.
"¿Sabes qué?" -dijo Ana mientras hojeaba un libro-, "me parece que la casa juega con nuestras mentes. Tal vez necesita que nos riamos o que hagamos algo divertido."
Michell la miró confundida.
"¿Y cómo haremos eso?"
"¡Contemos chistes! Al menos podríamos intentar hacer que la casa se rinda."
Y así, comenzaron a contar chistes. Michell relató uno sobre un pez que se olvidó cómo nadar, y Ana rió tan fuerte que resonó en toda la casa. La risa pareció tener un efecto mágico. De pronto, las paredes comenzaron a temblar ligeramente, como si la casa hubiera escuchado y decidido hacer una pausa.
"¡Mira!" -gritó Michell mientras señalaba una luz en el rincón de la habitación"¿Ves eso? Parece una salida."
Ambas corrieron hacia la luz, pero antes de llegar, se encontraron con un gran espejo que las reflejaba. Sin embargo, cuando se miraron, en lugar de sus reflejos, vieron un bosque lleno de colores brillantes y criaturas alegres.
"Esto es extraño. ¿Qué significa?" -preguntó Ana.
"Tal vez el espejo nos está mostrando que todo es posible si creemos en nuestras aventuras. Y quizás... quizás lo que necesitamos es seguir juntos, así la casa no podrá separarnos."
Con determinación, tomaron sus manos y miraron el espejo con firmeza. Juntas, comenzaron a hablar de sus sueños y de los lugares que querían conocer, y pronto la casa comenzó a cobrar vida. Las paredes se movieron, formando un camino claro hacia la salida.
Los rostros de Ana y Michell reflejaban alegría y esperanza cuando finalmente llegaron a la puerta dorada que daba al exterior. Cuando cruzaron la puerta, el sol brilló con fuerza, envolviéndolas en una luz cálida.
Ambas se rieron, sintiendo que habían superado algo increíble.
"¡Lo logramos, Michell!" -gritó Ana, llena de alegría.
"Sí, lo hicimos, pero no hubiera sido posible sin ti. A veces, lo único que necesitas es un amigo para salir del lugar más oscuro."
Desde aquel día, Ana y Michell se volvieron inseparables. Aprendieron que, aunque a veces los problemas pueden parecer abrumadores, encontrar apoyo en tus amigos y compartir tus alegrías y preocupaciones puede hacer que todo sea más fácil. Además, la casa embrujada se convirtió en un lugar especial para ellas, un símbolo de su amistad.
Y así, cada vez que Ana y Michell volvían a pasar cerca de la casa, sonreían, sabiendo que habían vencido lo desconocido juntas y que siempre habría una luz al final del túnel, sobre todo si cuidaban la una de la otra.
FIN.