Ana y la casa embrujada
Era una fría tarde de otoño cuando Ana, una niña curiosa y valiente, paseaba por su barrio. De repente, sus ojos se posaron en una vieja casa al final de la calle. Las ventanas estaban cubiertas de polvo y las puertas tenían un aspecto un tanto misterioso. Con el corazón latiendo rápido, decidió explorarlo.
"¿Quién vivirá aquí?", murmuró Ana mientras se acercaba.
Al empujar la puerta, esta chirrió como si estuviese despertando de un largo sueño. Ana entró en la casa, y a medida que avanzaba, notó que había telarañas en cada esquina y un aire fresco que la envolvía. Sin embargo, algo llamó su atención: una risa infantil resonó desde el pasillo.
Siguiendo ese sonido, se encontró con una niña de su edad.
"Hola, soy Ana", dijo tímidamente.
"Soy Michell", respondió la otra niña con una sonrisa.
"¿Qué haces aquí?", preguntó Ana.
"He estado esperando para salir de esta casa", contestó Michell con un suspiro.
Ana, sorprendida, se dio cuenta de que Michell tenía un brillo especial en sus ojos.
"¿Esperando? Pero, ¿no te gustaría salir?", inquirió Ana.
"Sí, pero... han pasado nueve meses desde que entré aquí. Nunca he podido encontrar la salida", explicó Michell.
Ana frunció el ceño.
"¿Nueve meses? ¿Por qué no me dijiste esto antes? Podemos salir juntas. Tal vez solo necesitemos un poco de ayuda", dijo Ana con determinación.
Michell asintió y juntas comenzaron a explorar la casa. Encontraron puertas cerradas, pero también algunos objetos extraños como espejos que reflejaban sus sueños. Al mirarse, Ana dijo:
"Mirá, este reflejo muestra un lugar hermoso. ¡Tal vez ahí esté la salida!"
Michell sonrió, y juntas tocando el espejo, sintieron una energía diferente. De repente, comenzaron a girar y a reír. Al final de un largo pasillo, encontraron una gran puerta dorada.
"Esto debe ser!", gritó Ana emocionada.
"Vamos, juntas podemos hacerlo!", alentó Michell.
Al abrir la puerta, se encontraron en un jardín mágico lleno de flores de colores vibrantes y un sol radiante. Pero Michell se detuvo.
"Es hermoso, pero...", murmuró.
"¿Pero?" preguntó Ana preocupada.
"No puedo salir. Si dejo la casa, no podré volver a ver el espejo mágico", reveló Michell.
Ana pensó que tal vez el espejo era su conexión con la realidad. Sin embargo, las aventuras que vivían juntas eran lo que realmente importaba.
"Michell, el espejo puede ser increíble, pero la vida es aún más maravillosa. Las memorias que haremos afuera nunca se compararán con cualquier reflejo. ¡Puedes siempre recordarlo desde afuera!"
Michell reflexionó por un momento.
"¿Tú crees?"
"Sí, siempre llevarás tu magia contigo, y podremos contar nuestras historias", respondió Ana.
Michell, con una sonrisa renovada, decidió que era hora de dejar la casa. Juntas cruzaron la puerta dorada y, al dar el paso, se dieron cuenta de que ese jardín mágico se transformaría en sus recuerdos. Corrieron, riendo, hacia el exterior, libres y felices.
Con el tiempo, las dos amigas compartieron innumerables aventuras. Michell nunca olvidó su tiempo en la casa, pero entendió que la verdadera magia estaba en el tiempo que pasaban juntas y en los momentos que creaban.
Cada vez que se miraban al espejo después de su aventura, solo veían reflejos de alegría, amistad y la promesa de que siempre estarían juntas, sin importar dónde estuvieran.
Así, Ana y Michell aprendieron el valor de la amistad y que la verdadera felicidad está en las experiencias compartidas, no en los lugares que habitamos.
FIN.