Anastacia y el Clima de Sus Emociones



En un pequeño pueblo al borde de un inmenso bosque, vivían dos hermanas: Anastacia y Isabella. Desde que era una bebé, las emociones de Anastacia estaban conectadas al clima. Cuando estaba feliz, el sol brillaba intensamente; cuando se enojaba, tormentas y relámpagos llenaban el cielo; y si se ponía triste, la lluvia caía sin parar. Esto, aunque era fascinante, también trajo muchos problemas a su vida diaria.

La gente del pueblo miraba a Anastacia con miedo. "No te acerques, que se viene una tormenta"-, murmuran los más viejos cuando ella pasaba. Anastacia se sentía sola y triste porque no podía hacer amigos. Mientras tanto, su hermana menor, Isabella, siempre la defendía y la amaba incondicionalmente.

Un día, Isabella decidió que tenía que hacer algo para ayudar a su hermana. "Voy a encontrar a alguien que pueda entender tu don y quitárselo de encima, para que puedas vivir feliz"-, le prometió, con la determinación brillando en sus ojos.

Isabella partió en busca de la famosa bruja Ada, que vivía en el fondo del bosque. Muchos hablaban de ella, decían que tenía un poder extraordinario y que podía ayudar a Anastacia. Tras una larga y peligrosa travesía, Isabella llegó a la choza de la bruja. Le tocó la puerta y cuando Ada abrió, Isabella sintió un escalofrío.

"Veniste a buscarme, pequeña", le dijo la bruja con voz suave pero profunda.

"Sí, señora bruja. Mi hermana Anastacia tiene un don que la hace sufrir y quiero que lo quite para que ella sea feliz"-, respondió Isabella con valentía.

"¿Y qué estás dispuesta a darme a cambio de esto?"-, preguntó Ada, mirándola con curiosidad.

Isabella pensó en lo que tenía. "No tengo nada valioso, pero puedo ofrecerte mi tiempo, hacer trabajos en tu casa, aprender de ti, y siempre estaré agradecida"-. La bruja sonrió, divertida.

"Interesante propuesta. Si me ayudas a cuidar de mi jardín y aprender sobre plantas mágicas durante tres lunas llenas, veré qué puedo hacer"-, dijo Ada.

Isabella aceptó sin dudarlo y, tras un fuerte apretón de manos, comenzó su nueva vida con la bruja. Pasó días y noches aprendiendo sobre hierbas, pócimas y encantamientos. Noche tras noche, soñaba con el día en que regresaría junto a su hermana con una solución mágica.

Mientras tanto, en el pueblo, Anastacia luchaba por entender sus emociones. Una tarde de verano, mientras jugaba sola en el campo, decidió que no podía seguir así. "No quiero ser un monstruo, solo quiero ser normal"-, se dijo a sí misma, mirando al cielo despejado.

Pasaron las lunas y finalmente llegó el día en que Isabella completó su tarea. Regresó al pueblo con un pequeño frasco lleno de polvo brillante que la bruja le había dado. "Esto es por vos, Anastacia. Ahora podés ser feliz sin el miedo del clima"-, le dijo emocionada.

"Pero... ¿cómo funciona?"-, preguntó Anastacia con un brillo en los ojos.

"Debes esparcirlo mientras piensas en el clima que deseas tener. La bruja me dijo que debes recordarte que tus emociones son valiosas, pero que no definen quién sos"-, explicó Isabella.

Anastacia, nerviosa pero emocionada, tomó el frasco y salió al campo. Miró al cielo y esparció el polvo. "Quiero alegría y paz"-, deseó con todo su corazón. Para su sorpresa, el clima cambió a un hermoso día soleado, lleno de flores y mariposas.

La gente del pueblo, al ver esto, ya no sintió miedo; al contrario, se acercaron curiosos. "¡Anastacia! ¡Mirá lo que hiciste!"-, gritaron los chicos del pueblo. Esa fue la primera vez que sintió ánimo de jugar con ellos.

Desde ese día, Anastacia comprendió que aunque su don era diferente, podía vivir en armonía con sus emociones sin asustar a los demás. Aprendió que la conexión entre sus emociones y el clima era un regalo que la hacía especial, y con el apoyo de su hermana y sus nuevos amigos del pueblo, encontraron maneras de celebrar cada emoción que sentía.

Isabella, por su parte, comprendió que a veces, hacer sacrificios por quienes amamos puede traernos grandes recompensas. A lo largo de los años, las hermanas unieron sus fuerzas para ayudar a otros que se sentían diferentes. Así, se volvieron un símbolo de valentía en el pueblo, demostrando que ser uno mismo puede cambiar el mundo.

FIN.

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