Andresito y la Selva de Sueños



En la selva misionera, donde los árboles se abrazan con las nubes y los ríos cantan melodías suaves, vivía un valiente niño llamado Andresito. A pesar de ser pequeño, tenía un corazón gigante y un espíritu de guerrero que lo hacía sentir como un verdadero héroe.

Andresito era parte de la tribu guaraní. Su abuelo siempre le contaba historias de cómo sus antepasados lucharon por proteger la selva y a sus habitantes. Un día, mientras jugaba junto a su amigo Tupi, un pequeño mono travieso, escucharon un ruido extraño.

- “¿Qué fue eso, Tupi? ” - preguntó Andresito con voz ansiosa.

- “No sé, pero parece que viene del otro lado del río” - respondió Tupi mientras se balanceaba en una rama.

Intrigados, decidieron investigar. Atravesaron el río y se adentraron en la selva. De repente, se encontraron con un grupo de hombres que estaban talando árboles.

- “¡Alto! ” - gritó Andresito, sintiendo que la valentía brotaba de su corazón.

- “¿Qué quieres, niño? No tenemos tiempo para jugar” - dijo uno de los leñadores, burlándose.

- “¡No pueden hacer esto! ¡La selva es nuestro hogar! ” - exclamó Andresito.

- “Ese es su problema. Vamos a llevarnos la madera y no podrás detenernos” - rió otro leñador.

Andresito sintió que la tristeza lo invadía. Pero no estaba dispuesto a rendirse. Pensó en las historias de su abuelo y cómo su pueblo siempre había estado unido. Así que decidió pedir ayuda a su tribu.

Corrió rápidamente hacia su aldea y reunió a sus amigos.

- “¡Amigos! La selva está en peligro. ¡Debemos ayudar a protegerla! ” - exclamó.

- “¿Qué plan tenemos? ” - preguntó Lía, una niña de su edad y muy astuta.

- “Propongo que hagamos una señal de humo. La gente de la aldea vendrá a ayudarnos” - sugirió Hernán, otro de los amigos.

Y así lo hicieron. Con esfuerzo y dedicación, crearon una gran señal de humo que se alzó hacia el cielo. Mientras tanto, los leñadores continuaban con su trabajo.

Poco a poco, los guerreros y las guerreras de la tribu llegaron al lugar, armados con herramientas de la selva, pero sin intenciones de pelear. Andresito, al ver a su gente reunida, sintió un nuevo impulso de valentía.

- “Escuchen, amigos. No estamos aquí para pelear, sino para mostrarles el valor de la selva” - dijo enérgicamente.

- “¿Qué puedes saber tú de valor? ” - se burló uno de los leñadores.

Andresito, en vez de dejarse afectar por la burla, decidió actuar.

- “Si creen que no podemos hacer nada, ¡démosles una lección de lo que significa valorar nuestra tierra! ” - declaró.

Entonces, junto con sus amigos, empezaron a mostrarles las maravillas de la selva. Lía se subió a un árbol y comenzó a cantar una canción que hablaba sobre la belleza de la naturaleza. Hernán, por su parte, comenzó a contarles sobre la flora y fauna que allí habitaba.

- “La selva es hogar de muchos seres vivos. Si siguen talando, se perderán para siempre” - dijo Hernán.

- “Los espíritus de los árboles ancestrales protege este lugar. No deben perturbarlos” - añadió una anciana de la tribu que llegó al lugar.

Los leñadores se miraron entre sí, confundidos. Con cada palabra, Andresito y sus amigos lograban mover algo en sus corazones.

- “No lo habíamos pensado así” - admitió uno de los leñadores, con voz más suave.

- “Nunca es tarde para aprender. La selva nos da vida, no la destruyamos” - dijo otro.

Con el apoyo de la tribu, Andresito necesitaba una solución pacífica. Entonces decidió proponer un trato.

- “Si prometen no volver a talar, podemos enseñarles a cuidar de la selva juntos, y encontrar formas alternativas de ganarse la vida” - sugirió.

Los leñadores se miraron nuevamente y luego asentieron, tocados por la valentía y sabiduría de Andresito.

- “Está bien, niños. Nos gustaría aprender de ustedes” - dijo uno de ellos, con tono arrepentido.

Así, finalmente, Andresito y su tribu lograron que los leñadores se retiraran, pero también abrieron una nueva puerta a la amistad. Juntos, comenzaron a trabajar para plantar nuevos árboles y aprender a vivir en armonía con el entorno.

Al final del día, Andresito miró hacia la selva con orgullo. Había luchado por lo que amaba sin recurrir a la violencia, mostrando que el verdadero valor se encuentra en la paciencia, la enseñanza y el amor por la naturaleza.

- “Siempre que luchemos unidos por nuestras creencias, podremos lograr un cambio” - les dijo, mientras acariciaba a Tupi que estaba a su lado, satisfecho por la gran aventura que vivieron.

Y así, en la selva misionera, un pequeño guerrero logró cambiar el corazón de los hombres y hacer un legado para futuras generaciones.

FIN.

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