Andresito y la Selva Mágica



En una lejana selva misionera, vivía un pequeño guaraní llamado Andresito. Era un niño curioso y valiente, con un gran amor por la naturaleza y su cultura. Cada día, se aventuraba a explorar la selva, maravillándose con los colores y sonidos que la rodeaban.

Un día, mientras paseaba entre los árboles gigantes, escuchó un quejido suave.

"-¿Qué será eso?" -se preguntó Andresito, acercándose al sonido.

Para su sorpresa, encontró a una pequeña tortuga atrapada entre unas ramas.

"-¡Ayuda!" -pidió la tortuga con voz temblorosa. "-No puedo salir de aquí."

Andresito, con su espíritu guerrero, se arrodilló y, con mucho cuidado, comenzó a despejar las ramas.

"-Tranquila, amiga. Pronto estarás libre" -le dijo con una sonrisa.

Después de algunos minutos, logró liberar a la tortuga.

"-Gracias, valiente guaraní. Soy Tula, la tortuga mágica de la selva. Te agradezco tu nobleza" -dijo la tortuga con gratitud.

Andresito se quedó asombrado. "-¿Tortuga mágica? ¿Qué significa eso?"

"-Significa que puedo ayudarte con un deseo, por haberme salvado" -explicó Tula.

"

-¡No puedo creerlo!" -exclamó Andresito, emocionado. "-Quiero ser el mejor guerrero de mi tribu, para proteger nuestra selva y a nuestra gente."

"-Un deseo muy noble, Andresito" -dijo Tula. "-Pero recuerda, ser guerrero no solo implica fuerza, sino también sabiduría y bondad."

Después de hablar, Tula golpeó suavemente su caparazón y, en un destello de luz, le entregó a Andresito una pluma dorada.

"-Esta pluma te dará el conocimiento que necesitas. Utilízala sabiamente," -afirmó Tula.

Andresito, agradecido, tomó la pluma y prometió hacer buen uso de ella.

Con el paso de los días, comenzó a practicar sus habilidades de guerrero, aprovechando la sabiduría que la pluma le otorgaba. Se convirtió en un excelente tirador con arco, ágil en la lucha, pero lo más importante, comenzó a enseñar a otros niños de la tribu a cuidar la selva y a vivir en armonía con la naturaleza.

Un día, mientras practicaban, un grupo de hombres del pueblo vecino llegó a la selva. Se estaban llevando árboles y animales. Andresito, preocupado, reunió a sus amigos.

"-¡Debemos actuar ya!" -dijo con firmeza. "-No podemos permitir que destruyan nuestro hogar."

"-Pero somos solo niños, ¿qué podemos hacer?" -preguntó uno de sus amigos, con miedo.

"-No somos solo niños. Somos guerreros del corazón y la mente. Debemos hablarles y explicarles la importancia de proteger la selva. A veces, la mejor lucha es con palabras" -respondió Andresito.

Y así lo hicieron. Con valentía, se acercaron a los hombres que talaban los árboles.

"-¡Alto!" -gritó Andresito. "-No pueden seguir haciendo esto. Esta selva es nuestra casa, y también la suya. Si la destruyen, no quedará nada para nadie."

Los hombres, sorprendidos por su determinación, se detuvieron y escucharon. Uno de ellos, que era más grande y fuerte, sonrió.

"-Escuchá, pibe. Nunca pensé que un niño pudiera hablar así. ¿Por qué la selva es tan importante para ustedes?"

"-Porque nos da vida. Los árboles son nuestros hermanos, los animales son nuestros amigos. Si los lastiman, todos sufriremos" -respondió Andresito.

Los hombres comenzaron a mirarse entre ellos.

"-Tal vez deberíamos replantearnos lo que estamos haciendo" -murmuró uno de ellos, tocándose la barba pensativamente.

Y así, tras una larga conversación, los hombres decidieron regresar a su pueblo y buscar otras maneras de sobrevivir que no involucraran destruir la selva.

Andresito y sus amigos festejaron, conciencia y valentía habían ganado esa batalla. El tiempo pasó y, gracias a su esfuerzo, la selva misionera floreció, y las criaturas que la habitaban prosperaron.

Andresito comprendió que ser guerrero no significa solo luchar, sino también proteger y cuidar el lugar que amamos más que nada en el mundo.

Y así, la selva mágica siempre recordará la historia de un pequeño guaraní llamado Andresito, que se convirtió en un verdadero guerrero de la paz y la naturaleza.

FIN.

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