Ángel y la Bruja del Bosque



Había una vez un niño llamado Ángel que vivía en un pequeño pueblo rodeado de un frondoso bosque. Ángel era conocido por su espíritu aventurero y su curiosidad insaciable, pero había una cosa que no le gustaba en absoluto: ¡comer!

Desde que era muy pequeño, siempre se negaba a probar nuevas comidas. La mamá de Ángel, preocupada porque no quería comer nada, intentaba de mil maneras hacerle entender que la comida era importante.

"Ángel, necesitás comer para tener energía y poder jugar con tus amigos", le decía su mamá con cariño.

Pero él respondía:

"No necesito comer, estoy bien así. ¡No tengo hambre!"

Sus amigos del pueblo también trataban de ayudarlo. Una tarde, mientras jugaban en la plaza, Ramiro le dijo:

"¿Sabés que la comida es como magia? Te hace más fuerte y veloz. ¿Por qué no probás un poco?"

Ángel solo se encogía de hombros. Pero algo cambió cuando un grupo de niños comenzó a hablar sobre una misteriosa bruja que vivía en el bosque.

"Dicen que la bruja se lleva a los niños que no comen", dijo Sofía, con un tono de voz temeroso.

Los ojos de Ángel se agrandaron.

"¿De verdad existe una bruja?" preguntó, un poco asustado.

"Sí, tiene una casa hecha de dulces y come niños para quedarse siempre joven", respondió Luciana, riéndose al ver el rostro de su amigo.

A partir de ese día, cada vez que Ángel miraba el plato de comida, recordaba la historia de la bruja. Empezó a dudar de si era seguro no comer. Sin embargo, aún seguía sin querer probar bocado. La situación llegó a tal punto que, un día, mientras estaba jugando cerca del bosque, se encontró con una anciana que parecía estar esperando algo.

"¡Hola, niño!", le dijo con una voz suave.

"Hola... ¿vos sos la bruja?"

La anciana soltó una risa que resonó en el aire.

"No soy una bruja, pequeño. Solo soy la señora Albina, la guardiana de este bosque. He escuchado que no te gusta comer. ¿Es cierto?"

Ángel asintió tímidamente.

"Pero, ¿sabes qué? La comida es como una poción mágica. Te da fuerza para hacer todo lo que amás", le explicó la señora Albina.

Ángel frunció el ceño.

"Pero yo no tengo hambre..."

"A veces, el hambre no solo se siente en el estómago, también en el corazón. ¿Te gustaría jugar en el bosque?"

Ángel no podía resistirse. Con un brillo en sus ojos, siguió a la señora Albina por entre los árboles. Jugaron a las escondidas, saltaron, corrieron, y se divirtieron tanto que, al final del día, Ángel empezó a sentir algo extraño.

"Me siento... cansado", admitió.

"Ves, Ángel. Necesitás energía. ¿Por qué no probás alguna de las comidas que hay en el pueblo? Te prometo que no hay brujas esperando para llevarte”, le dijo la señora Albina con una sonrisa.

La anciana lo llevó de vuelta al pueblo, y Ángel decidió visitar a su mamá y probar un poco de la comida que había estado rechazando.

Sentado a la mesa, miró el plato y luego a su mamá.

"Mamá, creo que voy a intentar un poco…"

"¡Eso es maravillosamente valiente, Ángel!", respondió su mamá, emocionada.

Ángel tomó un tenedor y probó un bocado de puré.

"Mmm, está rico!" exclamó sorprendido.

Desde ese día, Ángel descubrió que cada comida era una nueva aventura, y aunque a veces aún dudaba, siempre recordaba las palabras de la señora Albina. No era solo sobre comer, sino sobre disfrutar y tener energía para explorar el mundo. Con el tiempo, se volvió un niño fuerte, lleno de vida y listo para vivir mil aventuras, porque había comprendido que la comida era realmente mágica.

Y así, el pequeño Ángel, gracias a sus amigos y a la sabiduría de la señora Albina, aprendió a disfrutar de cada bocado y nunca volvió a temer a la bruja del bosque, porque sabía que eran solo historias, y lo que realmente lo haría feliz era jugar, explorar y crecer fortalecido por la comida.

FIN.

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