Angélica y el Jardín de los Animales
Había una vez, en un pequeño barrio de Buenos Aires, una niña llamada Angélica. Era una niña curiosa y, a sus 4 años, tenía un gran amor por los animales. Pasaba horas en la plaza del barrio observando cómo jugaban los perritos, los pájaros volando y las hormigas arrastrando migajas. Su amiga Erika, que vivía a dos casas de distancia, siempre la acompañaba en sus aventuras.
- ¡Mirá Angélica! –dijo Erika un día mientras apuntaba al cielo–. ¡Ese pájaro tiene plumas de muchos colores!
- ¡Sí! –respondió Angélica con una sonrisa, mientras movía sus manitas emocionada–. Parece un arcoíris.
Juntas, hacían pequeñas investigaciones sobre cada animal que encontraban. A veces, creaban un pequeño club secreto al que llamaban "Los Amigos de los Animales". Tenían un cartel pintado con crayones donde escribieron las reglas: "Siempre respetar a los animales y ayudarlos en lo que podamos".
Un día, mientras paseaban por la playa, encontraron un pequeño gatito atrapado entre unas rocas.
- ¡Pobrecito! –exclamó Erika–. ¿Cómo lo vamos a ayudar?
- Lo llamaremos Nube –dijo Angélica, suspirando por el gatito con ojos grandes y brillantes–. Él necesita un buen hogar.
Erika miró a Angélica y vio su gran determinación.
- ¡Sí! Pero no podemos llevarlo así, necesita ayuda de un adulto.
Entonces, Angélica tuvo una idea. Recordó que estaba cerca su mamá, que siempre les enseñaba sobre el cuidado de los animales y la importancia de la empatía. Corrieron hacia ella, y juntas, lograron liberar al gatito.
- ¡Gracias! –dijo Angélica acariciando suavemente a Nube –. Ahora, se queda con nosotras.
Esa noche, Angélica y Erika se sentaron en el jardín, con Nube dormido entre ellas.
- Estoy feliz de tener un nuevo amigo –dijo Erika, mirándola–. Pero, ¿qué haremos si no tenemos suficiente comida para él?
- Podríamos hacer un mercadito, vender limonada y donas –sugirió Angélica–. Con los ahorros podríamos comprarle comida.
Y así fue, unieron fuerzas y planificaron su mercadito. Hicieron carteles de madera y decoraron la mesa con flores. Cuando llegó el sábado, sus madres las ayudaron a organizar todo. La gente del barrio se acercó curiosa y compró su limonada con galletitas.
- ¡Qué alegría verlas tan comprometidas! –dijo una vecina, comprando una jarra de limonada–. ¡Sigan así!
Con lo que habían recaudado, compraron croquetas y juguetes para Nube. Pero un día, durante su juego, Angélica se dio cuenta de que Nube estaba un poco triste.
- ¿Por qué Nube no juega? –preguntó Angélica.
- Tal vez extraña a su mamá –dijo Erika un poco triste, acariciando al gatito–. ¿Y si lo llevamos a conocer otros animales?
Esa fue la mejor idea. Al día siguiente, fueron al refugio de animales del barrio. Allí conocieron a muchos otros gatos que también buscaban un hogar. Angélica se dio cuenta de que había muchos más amigos que podían necesitar su ayuda.
- Podríamos hacer campañas de adopción –dijo Angélica con entusiasmo–. Así nadie se queda solito.
- ¡Sí! Y podemos hacer unos carteles con fotos de los animales –exclamó Erika.
Las niñas comenzaron a trabajar en su plan. Con la ayuda de sus familias, organizaron un gran evento para presentar a los animales en adopción, y el barrio se unió a su causa. El día del evento, el parque estaba lleno de familias que querían ver a los animales.
- Mirá Nube, vas a tener nuevos amigos –dijo Angélica mientras el gatito se acomodaba en sus brazos.
Gracias a su compromiso y esfuerzo, muchos animales encontraron nuevos hogares. Angélica y Erika se dieron cuenta de que el amor por los animales podía unir a las personas y hacer del mundo un lugar mejor. Al final del día, cada vez que miraban a Nube, sabían que habían hecho algo especial.
Desde entonces, Angélica y Erika continuaron con su misión de ayudar a los animales, creando un espacio donde la amistad, el cuidado y el amor por los seres vivos eran la verdadera estrella de sus aventuras. Y así, todos aprendieron que con un corazón amigable y un poco de esfuerzo, podían hacer una gran diferencia en el mundo, un pequeño gesto a la vez.
FIN.