Angelino y el Zorro Sabio



Había una vez un niño llamado Angelino, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques. Angelino tenía un amigo muy especial: un zorro de pelaje brillante y ojos curiosos que siempre caminaba por un prado lleno de plantas margaritas. El zorro, a quien Angelino cariñosamente llamaba Zorrito, era conocido por su sabiduría y su amor por la naturaleza.

Un día, mientras Angelino jugaba con Zorrito en el prado, el zorro le dijo:

"Angelino, ¿sabías que las margaritas tienen un secreto?"

"¿Un secreto?", preguntó el niño con ojos brillantes. "¿Qué tipo de secreto?"

"Las margaritas pueden hablar, pero solo escuchan los corazones sinceros".

Angelino, intrigado, decidió intentar escuchar a las margaritas. Se sentó en medio de ellas y cerró los ojos, llenando su corazón con amor por la naturaleza.

"Hola, margaritas, soy Angelino. ¿Pueden oírme?"

Pasaron unos segundos, y, de repente, el suave susurro del viento pareció llevar una respuesta:

"¡Sí, te oímos! Eres un buen amigo de Zorrito, y tu corazón es puro".

Angelino se sorprendió tanto que abrió los ojos y miró a Zorrito,

"¿Escuchaste eso, Zorrito?"

"Sí, lo escuché. Pero hay más. Hay un bosque en el que las margaritas están en peligro. Necesitamos ayudarlas".

Sin pensarlo, Angelino y Zorrito se pusieron en marcha hacia el bosque. Al llegar, vieron que las margaritas estaban marchitas y tristes. Un grupo de niños del pueblo había decidido jugar en ese lugar, sin darse cuenta de que estaban aplastando las flores.

"¡Chicos!", exclamó Angelino, al ver a sus amigos jugar. "¿No ven que están dañando las margaritas?"

Los niños se detuvieron y miraron a Angelino con confusión.

"¿Qué pasa con las flores?", preguntó uno.

"Son importantes para la naturaleza", explicó Zorrito. "Sin ellas, los insectos no tendrían dónde ir y las aves se quedarían sin alimento".

Los niños comenzaron a mirar a su alrededor y, poco a poco, empezaron a entender. Se acercaron a las margaritas y algunos se agacharon a tocarlas suavemente.

"¡Lo sentimos! No queríamos hacerles daño!", dijo una niña. "¿Qué podemos hacer para ayudar?"

Angelino sonrió y propuso una idea:

"Podemos crear un lugar especial para ellas. Un espacio donde podamos jugar sin lastimarlas".

Todos estuvieron de acuerdo y juntos comenzaron a limpiar el área. Se aseguraron de trazar un camino donde pudieran jugar sin pisar las margaritas. A medida que trabajaban, Zorrito les contaba historias de la importancia de cuidar la naturaleza.

"Cada planta, cada animal, tiene un rol en nuestro ecosistema. Si todos cuidamos nuestra tierra, ella nos lo devolverá con creces".

Al final del día, el lugar lucía bonito y limpio, lleno de margaritas felices que ondeaban al ritmo del viento. Los niños se sentaron en círculo, admirando su trabajo.

"Gracias, Angelino y Zorrito. Nos enseñaron mucho hoy", dijo uno de ellos, mientras sonreía.

"Sí, cuidemos siempre de nuestra tierra", agregó otro.

Y desde ese día, no solo jugaron en el prado de las margaritas, sino que también aprendieron a recibir a otros amigos con amor y respeto. Angelino y Zorrito se convirtieron en los cuidadores del prado, y juntos, mantuvieron vivo el mensaje de que la naturaleza es hogar de todos, y que todos tienen que ayudar a protegerla.

Así, Angelino y su amigo Zorrito siguieron aprendiendo y enseñando sobre la belleza de cuidar el mundo que los rodeaba. Y cada vez que los niños pasaban junto a las margaritas, recordaban la importancia de ser amigos de la naturaleza, formando un lazo invaluable con cada pequeño gesto.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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