Antia y la Brújula de la Alegría



Antia, una niña con cabellos rizados y una sonrisa siempre brillante, se despertó una mañana en su colorido cuarto. Hoy era un día especial; se sentía más contenta que nunca. Sus ojos relucían como estrellas y decidió que era hora de aventurarse fuera en busca de su amiga, la tortuga Pipo.

"¡Pipo! ¡Hoy es un día perfecto para jugar!" - exclamó Antia mientras corría hacia el jardín.

Pipo, una tortuga de caparazón verde y liso, la miró con su mirada tranquila.

"Claro, Antia. Pero primero, ¡haremos algo diferente!" - dijo Pipo, moviendo su cabeza de lado a lado.

Antia se detuvo, intrigada.

"¿Algo diferente? ¿Qué tenés en mente?" - preguntó, con una ceja levantada.

"He creado una brújula especial que guía hacia la alegría. La llamaremos la Brújula de la Alegría" - dijo Pipo, mostrando un objeto resplandeciente que brillaba con múltiples colores.

Antia, emocionada, miró la brújula.

"¡Eso suena increíble! ¿Cómo funciona?" - quiso saber.

"Cada vez que hagamos algo bueno por alguien, la brújula se moverá hacia ese lado. Cuando marquemos un día con un gesto especial, descubrirá nuevos lugares donde la alegría está esperando" - explicó Pipo.

Antia pensó por un momento, y entonces se le ocurrió algo.

"¡Vamos a ayudar a las flores del jardín a que crezcan! Están un poco marchitas" - sugirió entusiasmadamente.

Los dos se pusieron a trabajar, regando las flores, dándoles algunas palabras de aliento.

"¡Vamos, hermosas flores! ¡Un poco de agua y mucho amor!" - animaba Antia.

Cuando terminaron, la brújula comenzó a girar.

"¡Mirá, Pipo! Está apuntando hacia el ciruelo que hay al fondo del jardín. ¿Qué habrá allí?" - preguntó Antia maravillada.

"No lo sé, pero vamos a descubrirlo juntos" - sonrió Pipo, mientras marchaban rumbo al árbol.

Al llegar, se encontraron con una casita de madera que nunca antes habían visto. En la puerta, había un cartel que decía: "¡Fiesta de la Amistad!".

"¿Te imaginas que haya una fiesta?" - dijo Antia, saltando de alegría.

"Podemos compartir la alegría con los demás, ¿no?" - propuso Pipo.

Entraron emocionados y encontraron a muchos amigos, incluidos sus vecinos, la ardilla Rafi y el conejo Lucho, organizando juegos y preparando comida.

"¡Hola, amigos! ¡Nosotros venimos con la Brújula de la Alegría!" - gritó Antia.

La ardilla Rafi, ágil y muy rápida, se acercó a ellos.

"¡Qué divertido! ¡Se necesita más diversión en este lugar!" - exclamó con entusiasmo, mientras movía su cola.

Pronto, todos comenzaron a jugar y a compartir historias. Sin embargo, Antia notó algo extraño. Algunos de sus amigos no se veían tan felices como deberían. Pipo, que había estado observando, le susurró:

"Antia, recordá que la alegría también se encuentra al escuchar a otros. Quizás necesitan que les prestemos atención."

Antia se acercó a Lucho, quien parecía triste.

"¿Por qué no sonreís, Lucho?" - le preguntó con suavidad.

"Me da miedo saltar por el gran tronco. Todos parecen tan buenos en esto y yo... no sé si puedo" - confesó Lucho.

Antia se sentó a su lado.

"Todos empezamos desde algún lugar. Te ayudaré. Vamos juntos, ¿sí?" - le dijo, tomando su mano.

Lucho sonrió tenuemente, pero se animó al ver a todos sus amigos alentándolo. Juntos, subieron al tronco y, con mucho apoyo, Lucho pegó un salto que hizo a todos aplaudir.

"¡Lo hiciste! ¡Sos genial!" - gritó Antia, mientras Lucho, ahora más confiado, reía.

La brújula comenzó a brillar aún más, guiando a Antia hacia un nuevo grupo, donde un ave dorada había caído del nido.

"¡Debemos ayudarla!" - dijo Antia, mientras se acercaba a la ave temerosamente.

Con el apoyo de Pipo y sus amigos, lograron hacer un pequeño nido y ayudar a la ave a volver a su hogar. El canto de la ave fue un símbolo de felicidad para todos ellos.

"¡Hicimos algo bueno!" - exclamó Antia, mirando a Pipo.

Con cada acción desinteresada, la Brújula de la Alegría se movía más rápidamente, señalando más lugares donde ayudar y compartir risas.

"Hoy aprendí algo especial" - reflexionó Antia al final del día.

"La alegría se multiplica cuando estamos juntos y nos apoyamos entre nosotros. Al final, ayudar a quienes nos rodean nos llena aún más de felicidad" - concluyó Pipo.

Desde entonces, Antia, Pipo y la brújula mágica continuaron su aventura diaria, ayudando a quienes lo necesitaban, sintiendo cómo la alegría crecía cada vez más a su alrededor. Con cada nuevo día, descubrían que la verdadera felicidad está en compartir y cuidar a los demás, haciendo del mundo un lugar más brillante.

FIN.

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