Antonella y la aventura fantasmal



Era una tarde soleada en el pequeño pueblo de Villa Esperanza, donde vivía Antonella, una niña curiosa y llena de energía. Siempre le gustaba explorar los rincones de su casa y el jardín, pero aquel día decidió aventurarse más lejos y se fue hacia el viejo faro que estaba a las afueras del pueblo. Los habitantes siempre contaban historias sobre un fantasma que habitaba en él, diciendo que se trataba de un antiguo marinero que había perdido su barco durante una tormenta.

"¿Serás valiente?", se preguntó a sí misma mientras se acercaba al faro. – "¡Por supuesto!".

Al llegar, Antonella sintió cómo el viento soplaba entre las grietas de las paredes. La puerta, pequeña y de madera, chirrió cuando la empujó, revelando un interior cubierto de polvo y telarañas.

"¡Hola!", gritó Antonella, riendo un poco, "Soy Antonella, no vine a hacerte daño".

Desde las sombras, una suave voz respondió:

"Hola, pequeña intrusa. Soy el fantasma del faro, mi nombre es Tomás".

Antonella, aunque sorprendida, sintió que no había nada que temer.

"¿Entonces sí eres un fantasma?".

"Así es, pero no soy el espanto que piensas. Solo quiero contar mi historia".

Intrigada, Antonella aceptó sentarse en una vieja silla. Tomás le contó que había sido un marinero valiente que había surcado los mares en busca de tesoros, pero una noche, durante una tormenta, su barco naufragó y su espíritu había quedado atrapado en el faro.

"Cruzaste el océano en un barco, ¿no? ¿No te gustaría hacer lo mismo de nuevo?" preguntó Antonella.

"Lo haría, pero ahora debo ayudar a otros marineros desorientados a encontrar su camino. Sin embargo, a veces me siento muy solo aquí".

Antonella pensó que debía haber una manera de ayudar a Tomás.

"¿Qué tal si hacemos un faro de luces?" propuso.

"¿Un faro de luces? ¿Cómo?" preguntó Tomás, intrigado.

Antonella le explicó su plan: llenar el faro con luces de colores, cada una representando una historia de valentía de los marineros del pueblo. Al día siguiente, reunió a sus amigos en el parque.

"¡Vamos a ayudar a Tomás a seguir con su misión!" gritó Antonella.

Los niños se entusiasmaban al escuchar la historia, y esa misma tarde comenzaron a crear linternas de colores con botellas plásticas y papel. Cada linterna representaría una aventura. Al caer la noche, se dirigieron al faro, listas para encender las luces.

Con cada linterna encendida, el faro comenzó a resplandecer con colores vibrantes. Los murmullos de los niños resonaban.

"Esto es hermoso, Antonella", dijo uno de sus amigos.

Tomás apareció, impresionado.

"¡Nunca había visto algo así! Ahora puedo ver a los marineros desde el cielo y guiarlos de vuelta a casa".

Pero de repente, una ráfaga de viento apagó las luces. Los niños miraron asustados.

"No se preocupen, es solo el viento", dijo Antonella, tomando la delantera. "Volvamos a encenderlas".

Todos se unieron, encendiendo de nuevo las luces, pero esta vez, con más determinación. Y cuando lo lograron, una cálida sensación rodeó el faro y Tomás les sonrió.

"Gracias, Antonella. Ahora estoy en paz. Mi misión está cumplida".

Los niños sintieron una corriente de alegría al saber que habían ayudado a Tomás a encontrar su propósito. Entonces, el fantasma se desvaneció en una espiral de luces.

"¡Hasta siempre, Tomás!" gritaron en coro.

Al regresar a casa, Antonella pensó en la importancia de la amistad, el valor y el trabajo en equipo. Esa aventura no solo les permitió ayudar a un fantasma, sino que también aprendieron que cada historia y cada uno tiene un propósito, y el mejor de todos, es ayudar a otros. Y así, cada vez que miraban el faro desde el pueblo, lo veían brillar con colores aún más vibrantes, recordando siempre su amigo Tomás.

"Nunca tendrás miedo de lo desconocido si tienes amigos a tu lado" pensó Antonella mientras se acomodaba en su cama, ya soñando con nuevas aventuras.

FIN.

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