Antonio y las Nuevas Partes



En un pequeño y colorido pueblo llamado Cartón, vivía un joven llamado Antonio. Desde muy pequeño, Antonio soñaba con ser el mejor bailarín de la ciudad. Cada tarde, se sentaba junto a la ventana de su casa y miraba a sus amigos bailar en la plaza con alegría. Sin embargo, sentía que sus piernas eran lentas y que no podía seguir el ritmo de la música como él deseaba.

Un día, mientras paseaba por la calle principal, Antonio vio un letrero brillante que decía: "¡Se venden partes nuevas! ¡Más rápidas, más fuertes, más brillantes!". La tienda, llamada "El Taller de las Maravillas", estaba llena de colores, engranajes y cosas que nunca había visto. Intrigado, entró a investigar.

En el interior, un hombre de aspecto amable le sonrió.

"Hola, muchacho. ¿Buscás algo especial?" -preguntó el hombre, que se llamaba Don Ángel.

Antonio no pudo contenerse y respondió:

"¡Quiero piernas nuevas! Quiero bailar como nunca lo he hecho."

"Bueno, tengo algo en la parte de atrás que podría interesarte", dijo Don Ángel, guiándolo hacia un cuarto lleno de objetos extraños. Allí había piernas metálicas, piernas de goma, ¡hasta piernas que brillaban en la oscuridad!

Antonio eligió un par de piernas que parecían de un color dorado brillante. Dos colegas de Don Ángel ayudaron a instalarle las nuevas partes. Cuando todo estuvo listo, Antonio se miró en el espejo y sonrió. Se sentía increíble.

"¡Gracias, Don Ángel! ¡Voy a ser el mejor bailarín!" exclamó Antonio, entusiasmado.

Sin embargo, al salir de la tienda y probar sus nuevas piernas, se dio cuenta de que no funcionaban como esperaba. Cada vez que intentaba dar un giro, las piernas patinaban y se tambaleaban. Antonio se sentía frustrado.

"¡Esto no sirve!" -gritó, mientras caía al suelo.

Al ver a Antonio desilusionado, se acercó una anciana que observaba desde lejos.

"Hola, niño. No te desanimes. A veces, lo nuevo no significa que sea mejor. ¿Por qué no pruebas a bailar con lo que tenés?" -le dijo con una sonrisa.

Antonio la miró y, aunque era difícil, decidió intentarlo. Se concentró en el ritmo de la música y, utilizando sus viejas piernas, comenzó a moverlas. Con cada paso, su confianza creció. Eran lentas, sí, pero había una belleza en su forma de moverse.

"¡Mirá! ¡Puede bailar!" -dijo un niño que observaba desde la plaza. Otros niños empezaron a unirse y aplaudir.

La anciana le dijo nuevamente:

"Ves, Antonio, no necesitas partes nuevas para ser lo que sos. ¡Tu amor por la danza es lo que realmente importa!"

Antonio sonrió, sintiéndose mucho mejor. Los niños estaban bailando junto a él, disfrutando del momento. En ese instante, se dio cuenta de que la felicidad no estaba en tener cosas nuevas, sino en hacer lo que amaba.

Con el tiempo, se convirtió en un gran bailarín, conocido no solo por su habilidad, sino también por su pasión. Y siempre recordaba el consejo de la anciana.

Así, Antonio siguió bailando, inspirando a otros en Cartón a también disfrutar de quienes eran, con o sin partes nuevas. Cada día, en la plaza, se reunían a bailar, recordando que el verdadero valor está dentro de cada uno de nosotros.

Y así, Antonio aprendió que no siempre lo nuevo es mejor, y que la verdadera alegría viene del corazón.

FIN.

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