Aprender a reconocer y gestionar las emociones
Había una vez una niña llamada Lola que siempre se enfadaba mucho. Cuando algo no salía como ella quería, estallaba en rabia y discutía con su hermana, sus padres y sus amigos.
Todos a su alrededor se sentían tristes y frustrados por la actitud de Lola. Un día, mientras jugaba en el parque, tropezó y se lastimó la rodilla.
El dolor la hizo llorar, y en ese momento, recordó cómo sus padres y su maestra le habían enseñado a reconocer sus emociones. Se dio cuenta de que, antes de enfadarse, podía intentar calmarse y pensar en lo que estaba sintiendo. Decidió poner en práctica este consejo.
Cuando llegó a casa y su hermana le quitó un juguete sin permiso, en lugar de enojarse, respiró hondo, se detuvo un momento y le dijo: "Me molestó mucho que tomaras mi juguete sin pedir permiso". Su hermana, sorprendida, le pidió disculpas y se lo devolvió.
A partir de ese día, Lola practicó reconocer sus emociones y expresar lo que sentía antes de enfadarse. Descubrió que eso ayudaba a resolver los problemas y a sentirse mejor consigo misma. Sus relaciones con su familia y amigos mejoraron, y ella se sintió más tranquila y feliz.
Desde entonces, siempre recurría a la ayuda de un adulto cuando sentía que no podía controlar su enojo, y eso le hizo ver que pedir ayuda no era malo, sino valiente.
Aprendió que reconocer y gestionar sus emociones la hacía una persona más fuerte y comprensiva. Y así, Lola descubrió que la verdadera fuerza está en cómo manejamos nuestras emociones, y no en dejar que ellas nos controlen.
FIN.