Aprendiendo a ser con Mimi



Había una vez una niña llamada Mimi. Aunque tenía diez años, su forma de aprender y entender algunas cosas era diferente. A veces, podía parecer que tenía solo seis. Sin embargo, Mimi era una niña llena de vida, curiosidad y un corazón muy grande.

Un día, durante el recreo en la escuela, Mimi se sentó sola en una banca del parque, observando cómo sus compañeros jugaban al fútbol.

"¿Por qué no jugás con nosotros, Mimi?" - le preguntó Tomás, un niño de su clase.

"Me gusta mirarlos, pero no sé bien cómo jugar. A veces no entiendo las reglas" - respondió Mimi con una sonrisa.

"No te preocupes. Podemos enseñarte" - dijo Ana, que había estado jugando a su lado. "¡Es muy divertido!".

Mimi dudó un poco, pero decidió intentarlo. Cuando se unió al juego, se sintió emocionada. Aunque al principio se confundió de equipo y pateó el balón en la dirección equivocada, sus amigos no se rieron de ella. Al contrario, la animaron.

"¡Eso estuvo genial, Mimi! Solo tenés que mirar hacia donde querés patear" - le dijo Felipe, dándole una palmadita en la espalda.

A partir de esa tarde, Mimi comenzó a jugar con sus amigos a menudo. Se dio cuenta de que a pesar de que aprender cosas nuevas le llevaba un poco más de tiempo, cada pequeño avance era motivo de celebración. Lo que más disfrutaba era que, aunque a veces se le escapaban las palabras o no entendía un juego, sus amigos la aplaudían por sus esfuerzos.

Un día, la maestra de arte, la Señorita Rosa, anunció que habría un concurso de pinturas. Ella sabía que Mimi amaba pintar.

"Mimi, ¿te gustaría participar?" - le preguntó la Señorita Rosa.

"Pero no soy buena como los demás..." - dijo Mimi, asintiendo con la cabeza, un poco insegura.

"Pero esto no es solo sobre ganar. Se trata de expresarte y divertirte" - le animó la maestra.

Con la ayuda de sus amigos, Mimi eligió colores vibrantes y se puso a trabajar en su pintura. Pasó horas creando un hermoso cielo con nubes de colores y un sol radiante. Se sentía contenta con su trabajo, incluso si pensaba que no sería la mejor del concurso.

El día de la exposición, todos los compañeros estaban ansiosos. Mimi estaba nerviosa, pero sus amigos le aseguraron que ella ya había ganado al participar. En un rincón del aula, su pintura quedó expuesta junto a las de sus compañeros.

Cuando llegó el momento de elegir a los ganadores, Mimi no ganó el primer lugar, pero sí recibió un premio especial por su originalidad. La maestra le entregó un hermoso pin con forma de estrella mientras todos aplaudían.

"¡Mimi, tu pintura es única!" - gritaron todos, dándole abrazos y sonrisas.

"Gracias, amigos. No podría haberlo hecho sin ustedes" - mientras las lágrimas de felicidad rodaban por sus mejillas.

A partir de ese momento, Mimi se sintió más segura y capaz de afrontar nuevos retos. Aprendió que no tenía que ser igual a los demás para ser especial y que su forma de ser y aprender era simplemente única. Y lo más importante, tenía el apoyo incondicional de sus amigos.

Cada día, Mimi se enfrentaba a desafíos, pero nunca dejaba de intentar. Ya sea en el deporte, en la pintura o en cualquier actividad de la que formara parte, siempre llevaba consigo la certeza de que el verdadero triunfo estaba en el esfuerzo y la perseverancia.

Así, Mimi siguió creciendo, aprendiendo y enseñando a todos a su alrededor que cada persona tiene su propio ritmo y que lo más importante es disfrutar del camino junto a quienes te quieren y apoyan.

FIN.

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