Aprendiendo a Ser Perro



En un bosque frondoso del País Vasco, un pequeño cachorro llamado Pipo había sido abandonado. Sus ojos grandes y brillantes reflejaban curiosidad y tristeza. Sin un hogar y sin haber conocido a otros perros, Pipo se sentía solo y desorientado. Cada día, se despertaba entre hojas y ramas, preguntándose cómo debía ser un perro.

Un día, mientras exploraba, se encontró con un grupo de ardillas. Ellas saltaban de un lado a otro, llenas de energía y alegría. Intrigado, Pipo decidió imitar sus movimientos. Empezó a saltar, pero se tropezó con una rama y cayó al suelo.

"¡Pipo, ten cuidado!" - gritó una ardilla mientras se reía, "No todos pueden ser como nosotras."

Pipo se sintió decepcionado. Luego, encontró un río donde unas ranas disfrutaban saltando de una orilla a otra. Observó atentamente y decidió intentar saltar también.

"¡Salta, salta!" - croaron las ranas, "¡Verás que es divertido!"

Con todas sus fuerzas, Pipo saltó, pero, por supuesto, no logró cruzar el río y acabó mojándose completamente. Se sentó en la orilla, goteando agua, sintiéndose frustrado y triste. "¿Por qué no puedo ser como las demás criaturas?"

Caminando de regreso al bosque, Pipo escuchó un leve llanto. Siguiendo el sonido, encontró a un niño, de no más de siete años, sentado sobre una roca, con la cabeza agachada. Se acercó con cautela.

"¿Qué te pasa?" - preguntó Pipo, aunque no podía hablar realmente.

El niño levantó la mirada y, al ver a Pipo, su tristeza se desvaneció. "Estoy triste porque no tengo un perro con quien jugar."

Pipo sintió un brillo en su corazón. Por primera vez, no se sintió solo. "Yo puedo ser tu perro. Pero, necesito aprender a serlo."

El niño sonrió. "¡Claro que sí! Yo te enseñaré. Primero, ven aquí y permíteme acariciarte."

Con paciencia y cariño, el niño comenzó a enseñarle a Pipo cómo ladrar, cómo correr, y cómo jugar. "Eres un perro especial, Pipo. Aprenderás. Solo necesitas un poco de práctica", decía el niño mientras corrían juntos por el bosque.

Pipo se divertía siguiendo al niño. Aprendió a perseguir hojas secas y a cavar pequeños agujeros. Con cada día que pasaba, cada vez se acercaba más a lo que significaba ser un perro. Sin embargo, Pipo todavía tenía mucho que aprender. Un día, mientras jugaban, se encontró con otro perro, un pastor vasco llamado Txarly.

"¡Hola, cachorrillo! ¿Te gustaría jugar?" - preguntó Txarly.

Pipo dudó, recordando cómo había intentado ser un ardilla o una rana. "Pero no sé cómo ser un perro como vos. Solo sé lo que me enseñó el niño."

"Eso es suficiente para comenzar, amigo. Solo sé tú mismo. A veces, lo que nos hace únicos también es lo que nos hace especiales. ¡Juguemos!" - animó Txarly.

Así, Pipo se unió a ellos, corriendo por el campo y ladrando con felicidad. Por primera vez, se dio cuenta que no necesitaba ser como otro animal; solo necesitaba ser él mismo. Con el apoyo del niño y la amistad de Txarly, Pipo floreció.

Pasaron los días, y Pipo se convirtió en un perro feliz y juguetón. El niño siempre estaba a su lado, enseñándole nuevos trucos y, sobre todo, dándole amor. Un día, el niño lo llevó a la casa de su familia.

"¡Mamá, papá! Les presento a Pipo, mi perro. ¡Es el mejor amigo que alguna vez podría tener!" - exclamó el niño, lleno de orgullo.

Pipo, mirando a su nueva familia, sintió que había encontrado su lugar en el mundo. Se dio cuenta que, aunque era diferente a otros animales en el bosque, había aprendido lo que significa ser un perro: dar amor, jugar y ser leal.

"Gracias, amigo, por enseñarme a ser quien soy", pensó Pipo, mientras se acomodaba en la calidez de su nuevo hogar, feliz de haber encontrado a su familia y su identidad.

FIN.

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