Aprendiendo a terminar lo que empiezo


Había una vez un niño llamado Martín que siempre dejaba las cosas sin terminar.

Ya sea su tarea de la escuela, sus dibujos o incluso los juegos con sus amigos, Martín siempre encontraba alguna excusa para no acabar lo que había empezado. Un día, mientras jugaba en el parque con su mejor amigo Lucas, Martín comenzó a construir un castillo de arena.

Estaba tan emocionado al principio, pero después de un rato se distrajo y decidió dejarlo a medias. Lucas lo miró decepcionado y le dijo: "Martín, siempre haces lo mismo. ¿Por qué no terminas nunca nada?"Martín se sintió triste por haber defraudado a su amigo y prometió hacer algo al respecto.

Decidió ir a hablar con su abuelo, quien siempre tenía palabras sabias para él.

Al llegar a la casa de su abuelo, Martín le contó todo sobre cómo dejaba las cosas sin terminar y cómo eso afectaba a sus amigos y a él mismo. Su abuelo sonrió cariñosamente y le dijo: "Martín, quiero enseñarte algo importante. La perseverancia es una virtud maravillosa que te permitirá alcanzar tus metas y sentirte orgulloso de ti mismo".

Intrigado por las palabras de su abuelo, Martín preguntó: "¿Cómo puedo ser perseverante?"El abuelo tomó una caja llena de rompecabezas y le dio uno a Martín. Le explicó que debía resolverlo paso a paso hasta completarlo por completo.

Martín aceptó el desafío y se sentó frente al rompecabezas. Al principio fue fácil encontrar algunas piezas encajadas, pero a medida que avanzaba, se volvía más complicado y frustrante. Sin embargo, Martín no se rindió. Recordó las palabras de su abuelo y siguió intentándolo.

Después de mucho esfuerzo y tiempo, finalmente logró completar el rompecabezas. Se sintió tan feliz y orgulloso de sí mismo que corrió a mostrarle a su abuelo.

El abuelo lo felicitó y le dijo: "Martín, has demostrado perseverancia al terminar ese rompecabezas. Ahora debes aplicar esa misma actitud en todas las áreas de tu vida". Martín comprendió la lección de su abuelo y decidió cambiar sus hábitos.

Desde ese día en adelante, se esforzó por terminar todo lo que empezaba. En la escuela, Martín completaba sus tareas a tiempo y con dedicación. En casa, ayudaba a su mamá con los quehaceres hasta terminarlos por completo.

Y cuando jugaba con sus amigos, nunca dejaba un juego sin terminar. Con el paso del tiempo, Martín se convirtió en un niño responsable y confiable. Sus amigos confiaban en él para llevar a cabo proyectos juntos porque sabían que siempre los iba a terminar.

Y así fue como Martín aprendió la importancia de ser perseverante y cómo eso podía hacerlo sentir bien consigo mismo y ganarse el respeto de los demás. Desde aquel día en el parque, Martín nunca más dejó nada sin terminar.

Aprendió que la satisfacción de completar algo era mucho mayor que cualquier excusa o distracción momentánea. Y cada vez que recordaba aquella lección de su abuelo, Martín sonreía y se sentía agradecido por haber aprendido el valor de la perseverancia.

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