Aquella Navidad con Mis Abuelos
Era una tarde calurosa de diciembre cuando decidí visitar a mis abuelos en el campo. Hacía tiempo que no los veía, y me llenaba de emoción la idea de pasar la Navidad con ellos. Al llegar, el ambiente estaba lleno de risas y aromas sabrosos. Mi abuela, que siempre cocinaba las galletas más ricas, me recibió con un abrazo enorme.
"¡Ay, mi vida! ¡Qué alegría verte!", dijo mientras me acariciaba el pelo.
Mi abuelo, con su característico sombrero, estaba sentado en su mecedora, leyendo un libro de historias.
"Hola, campeón. ¿Querés escuchar alguna aventura?", preguntó con una sonrisa.
"¡Sí, abu!", respondí emocionado, mientras me acomodaba a su lado.
Esa noche, mientras todos preparaban la cena, mi abuelo me contó sobre un niño que, cada Navidad, hacía un deseo y ayudaba a los demás en su pueblo. La idea de ayudar me llenó el corazón de alegría.
"¿Y vos qué deseo harías, campeón?", me preguntó.
"Quiero que todos sean felices, abu", respondí con sinceridad.
La cena fue unánime: mesas llenas de comida, risas y cuentos. Cuando llegó el momento de abrir los regalos, mi abuelo se levantó y dijo:
"Antes de abrir cualquier regalo, quiero hacer algo especial. Que cada uno cuente algo que hizo este año para ayudar a los demás."
Todos comenzaron a compartir sus historias. La abuela habló sobre cómo ayudó a un vecino a arreglar su jardín, y yo conté cómo en la escuela recolectamos juguetes para niños en necesidad.
Poco a poco, la sala se llenó de buenas acciones y sonrisas.
"La Navidad no se trata solo de regalos, sino de lo que damos y compartimos", explicó mi abuela.
Entonces llegó el momento de los regalos. Abrí el mío y encontré un cuaderno en blanco y lápices de colores.
"Quiero que escribas tus historias y tus sueños", dijo mi abuelo.
Me emocioné. Pensé en el niño de la historia y decidí que, en lugar de un deseo, haría un libro de relatos sobre la felicidad y la ayuda.
Los días pasaron entre juegos y risas. Una tarde, mientras escribía en mi cuaderno, se me ocurrió una idea brillante.
"Abu, ¿qué te parece si organizamos una fiesta para los niños del barrio?", le propuse.
Mi abuelo encendió su mirada.
"¡Esto es genial! Así podrán disfrutar y recordar lo que es compartir", respondió.
Juntos, comenzamos a planear la fiesta. Invitamos a los vecinos, organizamos juegos y preparé una obra de teatro con mis amigos. Todos colaboraron, y el día de la fiesta, el parque estaba lleno de risas, juegos y alegría.
A medida que los niños llegaban, les conté sobre el niño del cuento que ayudaba a los demás. La fiesta fue un éxito, y todos disfrutamos cada momento. Al final del día, me sentí el niño más feliz del mundo.
"Esto es lo que significa la Navidad", me dijo mi abuelo, abrazándome.
Desde entonces, decidí que todos los años haría algo especial en Navidad, recordando siempre que la felicidad se encuentra en compartir y ayudar a otros. Mi abuelo tenía razón: el verdadero regalo es lo que damos con el corazón.
Y así, aquella Navidad con mis abuelos se convirtió en una tradición que compartimos cada año, llenando no solo nuestro hogar, sino también el de los demás, de risas y amor.
FIN.