Ari y la Selva Mágica



Había una vez una niña llamada Ari que adoraba la naturaleza. Cada verano, su familia viajaba a diferentes lugares, y Ari siempre se emocionaba al descubrir nuevas maravillas naturales. Un día, mientras exploraba un hermoso bosque cerca de su casa, Ari encontró un sendero escondido que la llevó a una selva impresionante.

"¡Guau! ¿Dónde estaré?" se preguntó Ari mientras se adentraba en la selva. Los árboles eran tan altos que parecían tocar el cielo, y las flores de colores vibrantes llenaban el aire con su dulce fragancia.

Mientras caminaba, Ari escuchó sonidos curiosos. "¿Qué será eso?", pensó, siguiendo la melodía que provenía de unos árboles.

De repente, se encontró frente a frente con un grupo de monos.

"¡Hola, pequeña viajera!" dijo uno de ellos, balanceándose de una rama a otra. "Soy Mono Mario y esta es nuestra casa."

"¡Hola, Mario!" respondió Ari emocionada. “¿Qué hacen aquí todos los días?".

"Jugamos y hacemos travesuras, pero hoy tenemos un problema. Estamos buscando un tesoro muy especial, pero no podemos encontrarlo. ¿Quieres ayudarnos?"

Ari sonrió. "¡Claro! Me encantaría ayudar. ¿Qué es ese tesoro?"

"Es un cristal mágico que brinda alegría a todos los animales de la selva. Pero, cuando lo tocamos, se fue volando hacia la cumbre de la montaña. Necesitamos a alguien que sepa escalar. ¿Te animás?"

Ari miró hacia la montaña que se alzaba imponente frente a ella. "¡Sí! Estoy lista para la aventura!".

Los monos le mostraron un camino que serpenteaba entre los árboles. Comenzaron a escalar, y cada vez que Ari subía más alto, podía ver el esplendor de la selva. El canto de las aves y el murmullo de los ríos la acompañaban.

Después de un rato, llegaron a un punto donde podían ver la laguna brillante de la selva. Con su superficie reflejante, parecía un espejo.

"¡Es hermosa!" exclamó Ari, asombrada. "¿Podemos descansar aquí un momento?"

"Sí, por favor. Necesitamos recargar energías para seguir buscando el cristal", respondió Mario.

Mientras descansaban, Ari se dio cuenta de que había otros animales en la laguna: patos, tortugas y hasta un ciervo. Todos parecían felices.

"Hola, Ari. Gracias por venir a ayudarnos", dijo un pato de plumas brillantes. "El cristal es importante, pero también lo es cuidar de nuestra casa. ¿Te gustaría aprender sobre la selva mientras lo buscamos?"

"¡Claro!" respondió Ari, entusiasmada.

El pato empezó a explicarle sobre la importancia de los árboles, el agua limpia y cómo cada ser vivo tenía un papel vital en la selva. Mientras tanto, los monos recolectaban frutas y Ari decidió ayudarles. Ella disfrutaba el sabor del jugo natural que la rodeaba.

De repente, un fuerte viento sopló, y una pequeña nube de polvo los envolvió.

"¡Cuidado!" gritó Mario mientras todos intentaban protegerse.

Cuando la nube se disipó, notaron algo brillar cerca de un arbusto.

"¡Miren! Allí está el cristal mágico!" gritó Ari.

"¡Vamos a buscarlo juntos!" dijo el pato.

Ari y los animales se acercaron al brillante cristal, pero al tocarlo, algo inesperado sucedió. En lugar de la alegría esperada, el cristal comenzó a emanar un sonido triste.

"¿Qué pasa?" preguntó Ari preocupada.

"¡Oh no! Este cristal sólo puede brillar si hay armonía en la selva. Debemos unirnos para que todos estén contentos y en paz. ¡Juntos podemos hacerlo!" dijo Mario.

Entonces, Ari tuvo una idea. "¡Vamos a hacer una fiesta en la selva! Invitemos a todos los animales a celebrar su hogar y la importancia de cuidarlo juntos".

Todos se pusieron a trabajar. Prepararon comida, decoraron con flores y cantaron alegres canciones. Cuando todos los animales se reunieron, Ari habló.

"¡Queridos amigos! Hemos encontrado el cristal mágico, pero para que brille, necesitamos unirnos y cuidar nuestra selva. ¡Celebremos juntos nuestra hermosa casa!"

Los animales aplaudieron y comenzaron a bailar, y poco a poco, el cristal comenzó a brillar con una luz radiante.

Finalmente, tras la gran fiesta, el cristal iluminó toda la selva, trayendo felicidad a todos. Ari se sintió orgullosa de lo que habían logrado.

"Gracias, amigos, por ayudarme a aprender lo valioso que es cuidar nuestra naturaleza", les dijo.

"¡Siempre serás parte de nuestra familia selvatica!" respondieron los monos y los otros animales al unísono.

Ari regresó a casa con el corazón lleno de alegría y un gran aprendizaje: cuidar de la naturaleza es una aventura que nunca termina. Y así, siempre que visitaba la selva, recordaba a sus amigos y la importancia de mantener su hogar saludable. Con la promesa de volver, Ari se despidió de la selva mágica, deseando que la alegría siempre brillara en su corazón.

FIN.

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