Ariadna y el Acrostico de la Vergüenza



Era un día soleado en la escuela primaria de Barrio Alegre, y todos los niños de tercer grado estaban sentados en sus pupitres, listos para aprender. La maestra Diamantina, conocida por su gran paciencia y su voz suave, entró al aula con una gran sonrisa.

"¡Buenos días, mis queridos alumnos! Hoy vamos a hacer algo divertido. Vamos a leer acrosticos. ¿Saben qué es un acrostico?" - explicó la maestra.

Los niños asintieron, todos emocionados. Ariadna, una niña de cabello rizado y sonrisa contagiosa, se sentía un poco nerviosa, pero también curiosa.

"Los acrosticos son poemas que se forman con las letras de una palabra. Por ejemplo, si tomamos la palabra SOL, podemos hacer: S de sonrisa, O de océano, L de luz. ¿Quién quiere intentar leer uno?" - preguntó Diamantina.

"¡Yo, yo!" - gritó Joaquín, el más atrevido del grupo. Se levantó y leyó su acrostico de la palabra GATO. Todos aplaudieron.

Ariadna observaba admirada, pero cuando la maestra la llamó, su corazón empezó a palpitar más rápido.

"Ariadna, ¿quieres leer el tuyo?" - la invitó Diamantina.

Ariadna, nerviosa, se acercó al frente. Tenía en mente el acrostico que había preparado la tarde anterior, pero al comenzar a leer, las letras se confundieron en su cabeza.

"A de... andar... R de... riu... perdón, ¡R de... risas! Y I de... invierno... no, no... I de... iguana..." - decía, tartamudeando.

Los compañeros comenzaron a murmurar y algunos se rieron, lo que le dio mucha vergüenza.

"Vuelvo a empezar, por favor..." - pidió, su voz casi un susurro.

Ariadna se sintió muy pequeña y se retiró a su asiento mientras los murmullos aumentaban. Se sintió como si un gran abalorio de tristeza estuviera colgando de su corazón.

A la hora del recreo, se sentó sola en un rincón del patio. En eso se le acercó Sofía, su mejor amiga.

"Ariadna, no debes sentirte mal. Todos tenemos momentos así. Yo también me equivoqué una vez y pensé que nunca podría volver a hablar en clase" - le dijo Sofía, sentándose a su lado.

"¿En serio? ¿Qué hiciste?" - preguntó Ariadna intrigada.

"Leí un poema y dije la palabra ‘berraco’ en lugar de ‘perro’. La clase estalló en risas. Pero luego me di cuenta de que equivocarnos es parte de aprender" - compartió Sofía con una sonrisa.

Ariadna comenzó a sentirse un poco mejor. Luego, otro compañero, Lucas, se acercó al grupo.

"A mí me ha pasado algo parecido. Una vez me olvidé de las tablas de multiplicar y la maestra me ayudó a recordarlas. ¡Evitar la vergüenza no es posible!" - explicó Lucas.

A medida que hablaban, más niños se acercaron y compartieron sus historias de vergüenza y error. Ariadna sintió que no estaba sola, y que todos, incluso los más valientes, tenían momentos difíciles.

Decidida a cambiar su actitud, Ariadna se acercó de nuevo a la maestra Diamantina al final del recreo.

"Maestra, ¿puedo intentar leer mi acrostico de nuevo?" - le pidió.

Diamantina sonrió, llena de orgullo.

"Por supuesto, Ariadna. Eso es lo que hace a un buen estudiante: intentar una y otra vez, sin importar lo que piense la gente. Vamos a intentarlo juntos." - le respondió.

Ariadna se sintió más segura, y al siguiente intento, no solo logró completar su acrostico de la palabra AMISTAD, sino que todos le aplaudieron al final.

"A de alegría, M de amor, I de inocencia, S de sueños, T de tiempo, A de abrazos y D de determinación. ¡Gracias, amigos!" - finalizó, radiante.

La maestra Diamantina la abrazó y todos los niños la felicitaron. Desde ese día, Ariadna aprendió que cometer errores no era nada de qué avergonzarse. A veces era incluso un primer paso hacia algo grandioso, como la amistad y la confianza en sí mismo.

Así, con una nueva visión, Ariadna dejó atrás la vergüenza y se convirtió en una de las mejores lectoras de su clase, siempre lista para compartir su amor por los acrosticos con todos sus amigos.

FIN.

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