Ariel y el Gol de sus Sueños



En un humilde barrio de Buenos Aires, vivía un niño llamado Ariel. Desde muy pequeño, su vida no fue fácil; su familia lidiaba con la pobreza y él tuvo que comenzar a trabajar en un taller de reparación de bicicletas para ayudar en casa.

Ariel siempre soñó con ser futbolista. Cada vez que sus compañeros jugaban en la calle, él se quedaba sentado en una esquina, observando y anhelando poder unirse. Pero cada vez que llegaba a casa cansado del trabajo, su madre le decía:

"Ariel, hijo, estudia y trabaja. El fútbol no da de comer."

A pesar de las palabras de su madre, Ariel no se desanimaba. Cada noche, después de trabajar, salía al patio a practicar sus tiros y regatear. Las estrellas eran sus únicas compañeras y su balón, un viejo trapo enrollado.

Un día, mientras repartía bicicletas, escuchó un sonido que le pareció mágico. Era el ruido de un grupo de chicos que practicaban en un barrio cercano. Sin pensarlo dos veces, dejó su trabajo y corrió hacia el campo de juego.

Cuando llegó, se maravilló con la escena. Un grupo de niños jugaba con tanta pasión que hizo que su corazón latiera más rápido.

"¿Puedo jugar?" - preguntó Ariel, nervioso pero decidido.

Un niño alto, con una gorra puesta, lo miró de arriba a abajo y respondió:

"¿Sabés jugar al fútbol? Si no, ¡no te molestes!"

Sin dejar que el rechazo lo desanime, Ariel tomó una pelota y comenzó a hacer malabares con ella. Todos se quedaron asombrados.

"¡Wow! ¡Es un crack!" - exclamó otro niño.

Ariel sonrió y, después de unas horas de juego, se hizo amigo de todos. Cada tarde, después del trabajo, corría al campo y, además de jugar, les enseñaba a sus nuevos amigos algunos trucos. Pero su empeño no pasó desapercibido.

Un entrenador del barrio, llamado Don Fernando, se acercó a él un día.

"Escuché que juegas muy bien, chico. ¿Te gustaría entrenar con el equipo del barrio? ¡Podrías ser un buen jugador!"

El corazón de Ariel casi estalla de felicidad.

"Sí, quiero, por favor!" - respondió con entusiasmo.

Ariel comenzó a entrenar con disciplina. Cada día se levantaba más temprano para practicar y cuidaba su alimentación. Los amigos del barrio lo apoyaban y jugaban con él. Pronto, el equipo se inscribió en un torneo local.

La noche antes del torneo, Ariel estaba nervioso. Al llegar al terreno de juego, su madre había ido a verlo. Ella estaba triste, pero orgullosa.

"Hijo, no importa si ganás o perdés. Lo que importa es que des lo mejor de vos."

Durante el partido, con el marcador 2-2 y solo un minuto restante, Ariel recibió la pelota. Con un giro veloz y un potente remate, la pelota se coló en la red.

"¡Gol!" - gritaron todos sus amigos.

Su equipo ganó el torneo, y eso fue solo el comienzo. Con el tiempo, el talento de Ariel fue reconocido, y con el apoyo de su familia y su barrio, logró ser fichado por un club de fútbol profesional de la ciudad.

Los años pasaron y Ariel se convirtió en una estrella. En la Copa del Mundo, representó a su país y, en la final, en un momento crucial, recibió el balón justo a los 90 minutos. Con la agilidad de aquellos días de infancia, dribló a los defensores y anotó el gol que le dio la victoria a Argentina.

El estadio estalló en vítores y aplausos.

"¡Sos un héroe!" - le gritaron sus compañeros.

Poco después, recibió una oferta del Real Madrid, uno de los clubes más grandes del mundo. Al firmar el contrato, recordó sus días de trabajo y lucha.

"Nunca pensé que llegaría aquí. Gracias a todos los que me apoyaron."

Finalmente, Ariel no solo logró ser un futbolista profesional, sino también un campeón del mundo. Y siempre, en su corazón, guardó el recuerdo de aquel niño que soñaba en las calles de Buenos Aires. Nunca olvidó a los amigos que le acompañaron y a su madre, quien siempre le decía:

"Hijo, sigue luchando por tus sueños. Siempre valdrá la pena."

FIN.

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