Aron y el Juego Perdido
En un pequeño pueblo llamado Juegolandia, vivía un niño llamado Aron. Aron era conocido por ser el mejor jugador de su barrio. Pasaba horas y horas jugando al fútbol, al videojuego de aventuras y, por supuesto, a su juego de mesa favorito: "Los Reinos de Aventura". Sin embargo, había un problema: Aron siempre olvidaba sus responsabilidades y obligaciones.
Una tarde, mientras estaba muy concentrado jugando en su computadora, su mamá lo llamó desde la cocina.
"¡Aron! ¿Podrías venir a ayudarme a preparar la cena?"
Aron, completamente absorto en su partida, respondió:
"¡Cinco minutos más! Estoy a punto de ganar!"
Los días pasaron y Aron seguía dejando de lado sus tareas. Sus amigos también notaron que ya no lo veían en la plaza, donde solían jugar juntos.
Un día, su maestra, la señora Pérez, decidió hacer una actividad diferente en clase. Llamó a todos los niños e hizo un anuncio importante.
"Esta semana, en lugar de tareas, haremos un torneo de juegos. Pero, cada uno deberá presentar una tarea que muestre lo que aprendieron durante el tiempo que jugaron".
Aron se emocionó. Era su oportunidad de brillar.n"¡Genial!" gritó. n
Sin embargo, a medida que pasaban los días, el pequeño olvidó estudiar y preparar su tarea. Los otros niños trabajaban en sus proyectos y lo ayudaban a encontrar ideas.
"¡Aron! No puedes solo jugar! Debés mostrar lo que aprendiste", le decía su amiga Pia.
"No te preocupes, solo un par de horas más y me pongo a hacer la tarea", dijo Aron sin preocuparse realmente. Pero esas horas se convirtieron en días y, cuando llegó el momento de presentar, Aron no tenía nada listo.
El día del torneo finalmente llegó, y todos estaban ansiosos. Los niños se fueron presentando uno por uno y sus trabajos estaban llenos de creatividad.
Cuando llegó el turno de Aron, sintió un nudo en el estómago. Se acercó a la pizarra, levantó su hoja en blanco y miró a sus compañeros.
"Este es mi trabajo" empezó, titubeando.
Todos hicieron una mueca, esperando algo impresionante. Pero, Aron solo dijo:
"No tengo nada. Solo estuve jugando".
Los murmullos se hicieron ecos en la sala. Sus amigos lo miraron con tristeza. ¿Por qué no había escuchado sus voces cuando le advertían?
La señora Pérez se acercó a Aron con un semblante comprensivo.
"Aron, jugar es divertido, pero también es importante aprender y cumplir con nuestras obligaciones. Todos debemos encontrar un equilibrio".
Después de esa conversación, Aron sintió que había perdido algo valioso. No solo había dejado de lado sus responsabilidades, sino que había alejado a sus amigos.
En casa, reflexionó sobre lo que había pasado. Se dio cuenta de que el juego sería siempre parte de su vida, pero nunca a costa de sus deberes. Así que decidió hacer un plan.
"Voy a estudiar una hora después de la escuela, y luego jugaré dos horas", se dijo a sí mismo.
Poco a poco, empezó a cumplir con sus obligaciones. Hacía sus deberes, ayudaba a su mamá y planeaba juegos divertidos con sus amigos. Todos notaron el cambio.
"¡Qué bien que te vemos más seguido, Aron!" le decía su amigo Tomás, mientras pateaban la pelota juntos.
Finalmente, llegó el día de volver a tener un torneo en clase. Esta vez, Aron estaba preparado. Presentó un trabajo lleno de esfuerzo y dedicación, mostrando lo que había aprendido al balancear su tiempo entre el juego y las responsabilidades.
La señora Pérez sonrió orgullosa.
"Este es el verdadero espíritu de un buen jugador, Aron: saber cuándo jugar y cuándo trabajar".
Aron sonrió al escuchar eso. Se dio cuenta de que, aunque seguiría siendo un gran jugador, también era importante ser un buen estudiante y amigo. Aquel día, aprendió la lección más valiosa: jugar es importante, pero lo es aún más cumplir con nuestras obligaciones y no olvidar a quienes nos rodean.
Desde entonces, pasó más tiempo con sus amigos, compartiendo aventuras, no solo dentro del juego, sino también en la vida real. Y cada vez que escuchaba risas en la plaza, sabía que era el momento perfecto de salir a jugar, después de haber cumplido con sus deberes.
Así, Aron se convirtió en un ejemplo para todos sus amigos. ¡Y así fue como balanceó el juego y las responsabilidades, encontrando su propio camino de alegría en Juegolandia!
FIN.