Arturo y la fuerza de los límites



Era un día soleado en el barrio de Belgrano, y Arturo caminaba hacia la escuela con la cabeza gacha. Desde hacía semanas, sus compañeros de clase lo molestaban sin parar, y cada día se sentía un poco más pequeño. "¿Por qué no puedo ser como ellos?", pensaba mientras sacaba su cuaderno de dibujos, su único refugio.

Un viernes, mientras hacía su camino habitual, se encontró con un viejo amigo de su papá, Don Paco, un artista del barrio muy querido por todos. "¡Hola, pibe! ¿Por qué tan triste?", le preguntó Don Paco.

- Es que me molestan en la escuela y no sé qué hacer... -respondió Arturo, con la voz temblorosa.

Don Paco se agachó para quedar a la altura de Arturo y le dijo:

- Escuchame, muchacho. La vida está llena de desafíos, y a veces hay que aprender a defenderse. Lo primero es creer en vos mismo. ¿Te gustan tus dibujos?

- Sí, mucho. -asintió Arturo, sintiendo un pequeño atisbo de alegría.

- Entonces, te propongo algo. Cada vez que te sientas mal, dibuja. Usa tu creatividad. Pero también, cuando alguien se pase de la raya, tenés que ser firme y decir: "¡Basta!". No dejés que te pasen por arriba.

- ¿Y si no me hacen caso? -preguntó Arturo, inseguro.

- Si lo decís con confianza, van a escuchar. Vos tenés una voz muy importante. Ahora andá, ¡y no olvides que sos un gran artista! -dijo Don Paco con una sonrisa.

Aquel consejo quedó retumbando en la cabeza de Arturo. Durante el fin de semana, se dedicó a dibujar. Creó un superhéroe que tenía el poder de poner límites y luchaba contra los que molestaban a otros. "Así quiero ser yo", pensó con determinación.

Cuando llegó el lunes y entró al aula, una vez más, los comentarios hirientes comenzaron a brotar.

- ¡Mirá, el dibujito! -gritó Mateo, el más molesto de todos.

Arturo cerró los ojos, respiró profundo y recordó las palabras de Don Paco. Al abrir los ojos, se sintió más fuerte. Levantó la vista y con una voz firme dijo:

- ¡Basta, Mateo! No está bien que me molestes. Soy una persona como vos y merezco respeto.

Los compañeros se sorprendieron. No esperaban que Arturo reaccionara así. Algunos se callaron, pero otros se burlaron aún más. "Seguro no le dura", se murmuró entre ellos. Pero la semilla de confianza había comenzado a florecer en Arturo.

Sin embargo, no todo fue fácil. Al día siguiente, los comentarios volvieron a brotar, y en vez de rendirse, Arturo decidió hacer algo diferente. Decidió hablar con su maestra, la señorita Laura.

- Señorita, hay algo que me gustaría contarle...

- Claro, Arturo, estoy escuchando -respondió la maestra, con una mirada comprensiva.

- Mis compañeros me molestan, y aunque trato de poner límites, a veces me siento solo, y me gustaría compartirlo con ustedes. Quiero tener un ambiente más amigable en clase.

- Gracias por decírmelo, Arturo. Hablaremos de eso en la próxima clase -contestó la maestra.

El día siguiente, la señorita Laura organizó un juego de roles en el aula, donde todos podían expresar cómo se sentían. Al final, muchos de sus compañeros comenzaron a entender que, al molestar a Arturo, solo lo dañaban a él y también se perjudicaban a sí mismos.

- No sabía que te sentías así, Arturo. Nos gustaría ser tus amigos -dijo Sofía, una de las chicas que antes se reía.

El corazón de Arturo latía rápido, pero esta vez no era por miedo, sino por emoción.

- Gracias, Sofía. Me encantaría ser amigos. -respondió con fragor.

A partir de ese momento, Arturo no solo comenzó a mejorar su autoestima, sino que también hizo clic con algunos de sus compañeros. Agradeció a Don Paco, y empezaron a hacer un grupo donde compartían sus dibujos y sus sueños.

Un día, Arturo propuso una idea a sus nuevos amigos.

- ¿Qué les parece si hacemos una expo con todos nuestros dibujos?

- ¡Sí! -respondieron todos entusiasmados.

Prepararon todo, y al final, lograron hacer una exposición en la sala de la comunidad del barrio. Muchos papás y vecinos fueron a ver las obras de arte de los chicos, y eso hizo que todos comprendieran la importancia de la amistad y el respeto.

Arturo, feliz y con una sonrisa de oreja a oreja, miró a su alrededor. Por primera vez se sentía fuerte, seguro, y sobre todo, amado.

- ¡Gracias, amigos! -dijo mientras miraba sus dibujos colgados.

- Gracias a vos, Arturo -respondieron sus amigos.

Arturo aprendió que los límites son necesarios y que la verdadera familia y amistad se construyen sobre el respeto y la comunicación. Y así, en su corazón, floreció una fuerza que nunca más lo dejaría.

De esta forma, Arturo brilló no solo como artista, sino como un verdadero héroe de su propia historia.

FIN.

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