Astrid y el Jardín de los Sueños



Había una vez una niña llamada Astrid que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos. Astrid era conocida por su curiosidad y su espíritu aventurero. Todos los días, después de la escuela, corría hacia el jardín de su abuela, un lugar mágico lleno de flores de todos los colores y aromas.

Un día, mientras exploraba el jardín, Astrid encontró una puerta pequeña y desgastada entre las ramas de un viejo roble. Estaba cubierta de musgo y parecía que no había sido abierta en años.

"¿Qué habrá detrás de esta puerta?" - se preguntó Astrid, su corazón latiendo con emoción.

Sin pensarlo dos veces, empujó la puerta y se encontró en un mundo maravilloso lleno de criaturas fantásticas. Había mariposas gigantes, árboles que hablaban y un arroyo que cantaba melodías alegres.

"Hola, bienvenida a nuestro Jardín de los Sueños" - dijo un pequeño duende llamado Fulgencio, asomándose desde detrás de un arbusto. "Aquí los sueños se hacen realidad, pero es un lugar mágico y debemos cuidarlo".

Astrid estaba fascinada y decidió ayudar a Fulgencio en su misión. Juntos, aprendieron sobre las flores que daban vida a ese mundo y cómo cada una de ellas representaba un sueño diferente. Sin embargo, notaron que la flor del sueño más grande, llamada Luminaria, estaba marchitándose.

"¿Por qué está tan triste?" - preguntó Astrid, preocupada.

"Luminaria se alimenta de la felicidad de las criaturas del jardín, pero ha estado perdiendo su brillo porque todos hemos olvidado soñar en grande" - explicó Fulgencio con un suspiro.

Astrid decidió que debía hacer algo. "¡Vamos a ayudar a las criaturas a volver a soñar!" - propuso entusiasmada. Así, comenzó una aventura donde Astrid y Fulgencio viajaron por diferentes rincones del jardín, hablando con los habitantes: una tortuga que había dejado de soñar con ser rápida, un pájaro que había olvidado volar alto y una ardilla que había dejado de recolectar nueces de los árboles más altos.

Cada uno tenía una historia, y Astrid los alentó a compartir sus sueños nuevamente, recordándoles lo que alguna vez quisieron. "No importa cuán grandes o pequeños sean nuestros sueños, lo importante es que nunca dejemos de soñar" - decía Astrid con una sonrisa.

Con cada historia compartida, Luminaria comenzó a cobrar vida nuevamente. Las criaturas reían y bailaban, llenándose de esperanza y alegría, lo que hizo que el brillo de la Luminaria se intensificara.

Tras una larga jornada de alentar a sus amigos a soñar de nuevo, Astrid se despedía del jardín, pero Fulgencio le dio un pequeño regalo. "Toma esta semilla mágica. Cada vez que sientas que te has olvidado de soñar, plántala y recordá todo lo que te enseñó este día".

Astrid regresó a casa, llena de nuevas ideas y sueños. Cuando plantó la semilla en su propio jardín, supo que cada vez que la mirara, recordaría que los sueños son lo que nos impulsa a seguir adelante, y que nunca debemos dejar de luchar por ellos.

Desde ese día, Astrid no solo soñó, sino que también ayudó a otros a encontrar sus sueños y a seguirlos con valentía. Su jardín se llenó de flores brillantes, y su corazón se colmó de felicidad. Así, Astrid aprendió que el poder de los sueños puede cambiar no solo nuestra vida, sino también el mundo que nos rodea.

FIN.

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