Augusto y los Dinosaurios Mágicos
Había una vez un nene llamado Augusto que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos. Augusto era muy curioso y le encantaba jugar con sus juguetes de dinosaurios. Tenía a un Tiranosaurio Rex, un Triceratops y un Velociraptor que siempre acompañaban sus aventuras imaginarias en el patio de su casa.
Un día, mientras jugaba en su jardín, Augusto notó que algo extraño estaba sucediendo. Un rayo de luz brillante surgió de detrás de un árbol antiguo y, al acercarse, vio que había un pequeño portal que parecía vibrar con energía.
"¡Wow! ¿Qué será esto?" - se preguntó Augusto, lleno de emoción.
Sin pensarlo dos veces, se asomó al portal y, para su sorpresa, encontró que era una entrada a un mundo lleno de dinosaurios de verdad. Cuando cruzó, se dio cuenta de que estaba en la selva prehistórica. Los árboles eran gigantes y los colores, vibrantes.
"¡Hola!" - gritó un pequeño Diplodocus, aproximándose a Augusto.
"¡Hola! ¿Tú hablás?" - se sorprendió Augusto, mirando alrededor.
"Claro, en este mundo todos los dinosaurios pueden hablar. Yo soy Diná, y tú, ¿quién sos?" - respondió el dinosaurio mientras movía su larga cola juguetonamente.
Augusto se presentó y le contó a Diná sobre su hogar y sus juguetes.
"¡Qué divertido!" - exclamó Diná. "¿Te gustaría conocer a mis amigos?"
"¡Sí, por favor!" - dijo Augusto emocionado.
Diná llevó a Augusto por la selva, presentándole a varios dinosaurios: a Rita, la amable Triceratops, que había organizado una carrera de obstáculos para todos; y a Rex, el temible Tiranosaurio Rex, que era muy amable y se reía mucho.
Justo cuando estaban divirtiéndose, una nube oscura apareció en el cielo. Era un grupo de Pterosaurios que estaban causando problemas al volar demasiado bajo y asustando a todos. Los dinosaurios entraron en pánico.
"¿Qué haremos?" - preguntó Rita, temblando un poco.
"¡No se preocupen!" - dijo Augusto, intentando ser valiente. "¡Podemos pensar en un plan!"
Augusto reunió a todos los dinosaurios y les sugirió que hicieran una competencia de vuelo. La idea era que los Pterosaurios podrían mostrarse menos agresivos si estaban ocupados divirtiéndose.
"¡Es una gran idea!" - dijo Rex, dándole una palmadita a Augusto en la espalda. "¡Vamos a prepararlo!"
Trabajaron juntos para organizar el evento. Los dinosaurios se dividieron en equipos, y cada grupo se ocupó de organizar las actividades. Cuando llegó el gran día, Augusto llamó a los Pterosaurios y les explicó el evento.
"¡Hola Pteros! Venimos a invita-los a volar y divertirse con nosotros. ¡Practiquemos juntos!" - les dijo Augusto con voz clara.
Los Pterosaurios, intrigados y entusiasmados, aceptaron la invitación. Celebraron una gran competencia con saltos, acrobacias y risas. En poco tiempo, todos se divirtieron tanto que el miedo se disolvió.
"¡Mirá cuán alto puedo volar!" - gritó uno de los Pterosaurios, haciendo un giro en el aire.
Al final del día, todos se unieron para bailar y cantar. Los dinosaurios aprendieron que no debían tener miedo de lo diferente y que al colaborar podían disfrutar juntos.
Augusto miró a su alrededor, orgulloso de haber ayudado a sus nuevos amigos. Cuando regresó al portal, Diná le dijo:
"Gracias, Augusto. Eres un gran amigo y un líder. ¡Volvé cuando quieras!"
"¡Lo haré!" - respondió Augusto, cruzando el portal hacia su hogar.
Al llegar a casa, Augusto miró a sus dinosaurios de juguete y sonrió, sabiendo que había vivido una aventura increíble. Dijo:
"¡Gracias por inspirarme, amigos!"
Desde entonces, Augusto jugaba con sus dinosaurios de una manera diferente, siempre recordando que la verdadera amistad y la colaboración podían resolver cualquier problema. Y así, cada vez que se sentía valiente o decidido, sabía que, sin importar qué, ¡siempre podría contar con sus amigos dinosaurios, ya fueran de verdad o de juguete!
FIN.