Aventura en el Charco Mágico



En un pequeño barrio de Buenos Aires, dos amigos llamados Lucas y Sofía se encontraron un día después de una intensa lluvia. El sol comenzaba a asomarse entre las nubes, y el aire fresco hacía que todo pareciera brillar.

-Eh, ¡mirá ese charco gigante! -exclamó Lucas, apuntando emocionado con su dedo.

-¡Sí! Está enorme, parece que podemos nadar en él -rió Sofía, mientras daba saltitos hacia el charco.

Ambos se acercaron al charco con grandes sonrisas en sus rostros. Sin poder resistir la tentación, tomaron impulso y saltaron al mismo tiempo. ¡Splash! El agua salpicó por todas partes, riendo a carcajadas mientras caían al suelo húmedo.

-¡Es un charco mágico! -dijo Sofía, mirando cómo el agua chisporroteaba a su alrededor. -No, ¡es un océano! -respondió Lucas mientras corría a saltar de nuevo.

Cada salto parecía desencadenar un hechizo. De repente, comenzaron a escuchar un murmullo.

-¿Estás escuchando eso? -preguntó Lucas, con la cabeza ligeramente inclinada.

-¡Sí! -dijo Sofía, mirando alrededor con curiosidad.

Entonces, de entre las gotas de agua del charco, apareció un pequeño pez dorado, que brillaba bajo la luz del sol.

-Hola, amigos -saludó el pez con una voz suave. -Soy Dorado, el guardián de este charco mágico. ¿Por qué están saltando así?

-¡Porque somos felices! -respondió Lucas, mientras saltaba de nuevo. -Es divertido jugar en el agua.

-También me gusta saltar -dijo Sofía, inclinandose para ver al pez más de cerca. -Pero… ¿es realmente mágico?

-Sí, muy mágico -asintió Dorado. -Este charco no solo es agua, es un trozo de alegría del mundo. Cada vez que un niño salta aquí, se acumula felicidad. Pero, si todos los niños solo saltan y se olvidan de cuidar, la magia se perderá.

Lucas y Sofía se miraron sorprendidos.

-¿Cómo podemos cuidarlo? -preguntó Lucas, con una ceja levantada.

-Pueden recoger la basura alrededor, usarlo solo para jugar y no dejarlo sucio. Cada pequeño gesto cuenta. Cuando cuidan del charco, la magia se vuelve más fuerte -explicó Dorado, mientras daba una vuelta en el agua.

-¡Lo haremos! -dijeron a coro, decididos.

Desde ese día, Lucas y Sofía no solo se divertían saltando en el charco, sino que cada vez que jugaban allí, se aseguraban de recoger cualquier basura alrededor. Invitaron a sus amigos a hacer lo mismo.

-¡Mirad cómo brilla el charco! -dijo Sofía un día, contemplando el agua clara. -Es más mágico que nunca.

-¡Y todavía podemos saltar! -agregó Lucas, dando un salto lleno de alegría.

Poco a poco, se convirtió en una actividad habitual, y los niños del barrio comenzaron a cuidar del charco.

Así fue como, no solo disfrutaron del charco mágico, sino que también aprendieron la importancia de cuidar su entorno. Cada vez que saltaban, el charco brillaba y resonaba con la risa de los niños, llenando el aire de felicidad.

Y así, en el barrio de Buenos Aires, la magia y la amistad florecieron, todo gracias a un simple charco y dos amigos decididos a cuidar de él.

FIN.

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