Aventura en el Mar Prehistórico



Era un día caluroso en la costa de Maravilloso, un lugar donde el mar brillaba como un espejo. Juan, un pibe curioso y aventurero, estaba construyendo castillos de arena junto a su hermana Luna, quien siempre tenía la cabeza llena de sueños e imaginación.

"¡Mirá, Luna! Voy a hacer la mejor fortaleza de toda la playa!" dijo Juan entusiasmado.

"¡Yo creo que podríamos hacer un castillo que llegue hasta el mar!" respondió ella, con sus ojos brillando como estrellas.

Mientras Juan y Luna jugaban, una pequeña ola trajo algo especial: una concha brillas, más brillante que cualquier otra que hubieran visto.

"¡Wow! ¿Viste esta concha?" preguntó Juan, levantándola con alegría.

"Me parece que tiene un brillo mágico. ¿Y si ponemos un deseo?" sugirió Luna, mientras acariciaba la concha.

Juan sonrió, y juntos dijeron a la vez: "Deseamos un día lleno de aventuras con dinosaurios". De repente, el mar comenzó a agitarse, y un torbellino de agua rodeó a los hermanos.

De pronto, se encontraron en una isla misteriosa, llena de vegetación, donde podían oír ruidos extraños.

"¿Dónde estamos?" preguntó Juan, mirando a su alrededor con asombro.

"No lo sé, pero creo que estos sonidos son de dinosaurios" dijo Luna, mientras observaba una sombra enorme asomarse entre los árboles.

Con cautela, se acercaron a un claro y, efectivamente, encontraron a un grupo de dinosaurios: un Triceratops, un Pterodáctilo, y un enorme Tiranosaurio Rex que parecía estar jugando.

"¡Hola! ¡Nosotros somos Juan y Luna!" gritó Juan sin miedo.

"¡Hola, amigos! Soy Tito, el Tiranosaurio. ¡Nos alegra que estén aquí!" respondió el enorme dinosaurio, moviendo la cola de un lado a otro.

Luna, fascinada, preguntó: "¿Pueden mostrarnos cómo juegan?"

"¡Claro!" dijo el Triceratops. "Vamos a jugar a la escondida. ¡El último en encontrar un escondite es un huevo podrido!"

Los hermanos se unieron al divertido juego. Corrieron, escondiéndose detrás de grandes árboles y rocas. Todo era risas hasta que de repente, escucharon un fuerte rugido.

"¡Eso no suena bien!" exclamó Luna.

"¡Es un volcán!" gritó Juan mirando hacia el horizonte donde la tierra estaba temblando.

Los dinosaurios se preocuparon y Tito dijo, "Debemos evacuar la isla. ¡Vamos!"

Sin perder un segundo, los dinosaurios guiaron a Juan y Luna hacia una cueva. Pero había un problema. Max, un pequeño Pterodáctilo, no podía volar porque se había torcido una ala.

"¡Lo tenemos que ayudar!" dijo Luna, mirando preocupada.

"Pero tenemos que irnos ya!" protestó Juan.

"¡No podemos dejarlo aquí!" replicó Luna con firmeza. "Él es nuestro amigo. Vamos a ayudarlo."

Juan, aunque estaba asustado, miró a su hermana y asintió. Se acercaron a Max y le dijeron: "No te preocupes, te ayudaremos a llegar a la cueva."

Usaron ramas y hojas para hacer una pequeña camilla. Con mucho esfuerzo, Juan y Luna ayudaron a Max a ser trasladado hasta la cueva. Cuando llegaron, ya el volcán había comenzado a hacer erupción.

"¡Lo logramos!" exclamó Tito, al ver que todos estaban a salvo.

El grupo se reunió en la cueva y miraron por la entrada justo cuando la lava comenzaba a salir.

"Gracias por salvarme", dijo Max, mirando a Juan y Luna con gratitud.

"No hay de qué, amigos están para ayudarse entre sí" sonrió Juan.

Después de un rato, el volcán dejó de rugir. El grupo salió de la cueva y miró cómo el mar ya había tomado su forma original, pero ahora había trenes de lava enfriándose.

"¡Nos tenemos que ir!" dijo Luna, al darse cuenta de que ya era momento de volver a casa.

"¿Cómo lo haremos?" preguntó Juan.

"La concha mágica!" respondió Luna. "Seguro que ella puede llevarnos de regreso."

Con la concha en mano, los hermanos fueron al mar y gritaron: "¡Queremos volver a casa!" La concha brilló intensamente y, en un abrir y cerrar de ojos, Juan y Luna estaban de vuelta en la playa de Maravilloso, con la concha aún en las manos.

"Fue la mejor aventura de todas" sonrió Juan.

"Y vinimos con un amigo más: Max te conocerá. ¡Siempre podemos soñar con volver!" replicó Luna, mientras guardaban la concha como un tesoro.

Desde ese día, Juan y Luna aprendieron que, aunque el mar es un lugar increíble lleno de sorpresas, las verdaderas aventuras siempre son mejor disfrutadas junto a esos amigos que se vuelven familia, y que la valentía y la amistad siempre triunfan sobre los desafíos.

Cuando volvieron a casa, tenían una historia mágica para contar, y sueños con los que soñar hasta la próxima aventura.

FIN.

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