Aventura en la Almadena



Había una vez, en un lugar alejado, un adorable abejón llamado Alberto. Alberto albergaba anhelos amplios y anhelaba aventuras alarmantes. A menudo, aclamaba a sus amigos del almendro.

Un día, acercándose a su asombroso árbol, Alberto anunció a su amiga Ana, una ardilla ágil:

"¡Ana! ¡Anoche soñé con una aventura excepcional en la Almadena! ¡Vamos a buscarla!"

Ana, amable y animada, aceptó de inmediato:

"¡Genial, Alberto! ¡Claro que sí! ¿Qué necesitamos llevar?"

Alberto armó una bolsa con avellanas, algo de agua y un artefacto antiguo que su abuelo le había dado. Con todo listo, partieron al alba, acompañados de sus amigos, un pato llamado Pablo y una tortuga llamada Tita.

Por el camino, Alberto habló sobre la Almadena:

"La Almadena es un mágico lugar donde los árboles cantan y el agua brilla como las estrellas. ¡Dicen que uno puede encontrar el arcoíris de aventura!"

Al llegar a la Almadena, advirtieron algo anormal. Un ácido y oscuro aroma los asaltaba.

"¿Qué es este aroma?" preguntó Tita, atenta a su alrededor.

"No tengo idea, pero deberíamos averiguarlo", respondió Alberto, aunque algo asustado.

Ana, siempre audaz, sugirió:

"Vamos a investigar, quizás haya algo asombroso ahí detrás".

Al continuar su camino, un enorme árbol agazapado los esperaba. Era el árbol más antiguo de la Almadena. Tenía un aspecto alocado, lleno de ramas alargadas.

"¿Quién se atreve a acercarse?" pidió Pablo, un poco asustado.

Alberto, compasivo, alentó:

"No hay razón para alarmarse. Juntos, aprenderemos a enfrentar el miedo" y avanzaron.

Al llegar al árbol, notaron que el árbol hablaba:

"¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué han llegado a mi abrazadora Almadena?"

Alberto, temblando pero decidido, habló:

"Somos amigos en búsqueda de aventura y paz. Venimos a conocer tu asombroso reino".

El árbol, ávido de compañía, se animó:

"¡Es magnífico! Nunca había tenido visitantes como ustedes. Acepto compartir mis secretos, pero debo advertirles: hay un área, donde hay un río, que es peligroso".

Intrigados, los amigos preguntaron:

"¿Por qué es peligroso?"

"Porque en ese río hay algas que atrapan a los desprevenidos. Sin embargo, si saben nadar bien y ayudan a otros, encontrarán la alegría de la verdadera amistad".

Ana, atrevida como siempre, respondió:

"¡Vamos a ayudar! Pero ¿cómo lo hacemos?"

El árbol explicó:

"Debéis paddlear y hacer una cadena humana. Solo así, podrán contribuir a salvar a los atrapados".

Por la noche, Alberto y su banda decidieron actuar. Atravesaron el área llena de algas. Alberto lideró la aventura mientras todos mantenían un ritmo uniforme.

Finalmente, se encontraron con un grupo de patitos atrapados en las algas. Alberto, con amor, ordenó:

"¡Amigos, a la carga!"

Con valentía, todos ayudaron a los patitos a salir. Un patito, aparentemente el más pequeño, agradeció a Alberto:

"¡Gracias, Alberto! ¡Eres un héroe!"

Alberto, algo avergonzado, sonrió y dijo:

"No soy un héroe. ¡Sólo somos amigos y somos fuertes juntos!"

Con el amanecer, el árbol reconoció sus esfuerzos.

"Gracias por enseñarme sobre la amistad. Aquí tienen su premio": el árbol agitó sus ramas y de él caíeron brillantes avellanas especiadas.

Alberto y sus amigos, maravillados, recogieron las avellanas. Regresaron a su hogar en el almendro, riendo, hablando de la fantástica aventura y, por sobre todo, de la alegría de ayudar a otros.

Desde entonces, cada vez que paseaban por la Almadena, sabían que la verdadera aventura se hallaba en la amistad y el coraje que se comparte. Cada viaje a la Almadena se convirtió en un entero anhelo de ayudar y jugar juntos para siempre.

Y así, Alberto, Ana, Pablo y Tita aprendieron que el amor y la amistad pueden conquistar cualquier desafío que la vida les presente.

Y colorín colorado, este cuento ha terminado.

FIN.

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