Aventura en La Estancia de los Ombúes



Era una mañana radiante cuando los alumnos de tercer grado, acompañados por sus dos entusiastas ayudantes, Sofía y Lucas, se preparaban para una emocionante excursión a La Estancia de los Ombúes. Con sus mochilas cargadas de meriendas y ganas de explorar, los chicos no podían esperar más.

"¿Sofía, crees que veremos un ombú gigante?" - preguntó Mateo, un niño curioso que siempre tenía preguntas emocionantes.

"¡Segurísimo!" - respondió Sofía con una sonrisa. "Los ombúes son los árboles más grandes y antiguos de la estancia. Además, hay un lago donde podemos jugar con agua. ¡Va a ser genial!"

El grupo subió al colectivo, donde la emoción no tardó en desbordarse. Cantaron canciones, jugaron a adivinar animales de la estancia y compartieron bocados de galletitas.

Cuando llegaron, la vista era impresionante. El ombú principal era un árbol monumental con un tronco robusto que parecía abrazarlos. La guía de la estancia, una señora amable llamada Clara, les explicó que el ombú era un árbol sagrado para la naturaleza, que brindaba sombra y hogar a muchos animales.

"¡Miren eso!" - exclamó Lucas, señalando hacia un pequeño arroyo que serpenteaba por el bosque. "¡Vamos a ver qué hay allí!"

Los niños corrieron hacia el arroyo, y Sofía y Lucas los siguieron. El agua era cristalina y burbujeante, así que todos decidieron mojarse los pies, riéndose mientras salpicaban unos a otros.

"¡Cuidado, viene la ola!" - grito Jimena, mientras saltaba hacia un costado.

"¡Sálvese quien pueda!" - rió libremente Franco, mientras se dejaba caer en el agua.

Pero en medio de la diversión, un gran estruendo resonó, haciendo eco entre los árboles. Todos se detuvieron y miraron hacia atrás. Un tronco caído había bloqueado el camino de regreso al ombú.

"¡Oh no!" - exclamó Sofía. "¿Ahora cómo vamos a regresar?"

"No se preocupen, tengo un plan!" - dijo Lucas, intentando calmar a los chicos. "Podemos construir un puente con ramas y piedras para cruzar el arroyo y llegar al otro lado."

Los niños asintieron, llenos de energía e ideas. Se pusieron manos a la obra, recogiendo ramas, piedras y hojas. Mientras trabajaban, Sofía les explicó la importancia de la colaboración.

"Recuerden, trabajando en equipo somos más fuertes. Cada uno puede aportar algo. ¡Aprovechemos nuestras habilidades!"

"Yo puedo atar las ramas!" - propuso Mila.

"Yo traigo las piedras!" - interrumpió Lucas, llenándose de entusiasmo.

Después de un rato, el puente estaba casi listo, pero se dieron cuenta de que algo faltaba. Los más pequeños estaban preocupados, preguntándose si el puente sería lo suficientemente fuerte.

"¡Vamos a hacer una prueba!" - sugirió Mateo, decidido a demostrar que el puente resistiría. Fue el primero en cruzarlo.

Todos observaron expectantes, y a medida que Mateo avanzaba lentamente, se escucharon murmullos de apoyo.

"¡Vamos, Mateo!" - gritaron.

Finalmente, llegó al otro lado, sonriendo y haciendo un gesto de victoria.

"¡Lo logré!"

Todos aplaudieron, y poco a poco, uno por uno, cruzaron el puente con cuidado.

Una vez todos al otro lado, se sintieron orgullosos y más unidos como grupo. Al final de la aventura, Clara los reunió bajo el ombú y les dio un pequeño regalo de despedida: un semillero de ombú para que cada uno plantara en su casa.

"Este árbol nos enseñará la importancia de cuidar la naturaleza y trabajar juntos. ¡Recuerden siempre su aventura aquí!" - dijo Clara con una sonrisa en el rostro.

Al volver a casa, los niños contaron emocionados sobre su día, sintiendo que habían aprendido no solo sobre los árboles y el agua, sino también sobre el valor de la amistad y el trabajo en equipo. Y así, cada ombú que creciera en sus jardines les recordaría la increíble aventura que habían vivido en La Estancia de los Ombúes.

FIN.

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