Aventura en las Islas Galápagos



Era un hermoso día primero de agosto cuando Stefano, su mami y su abuelita partieron en avión hacia las Islas Galápagos. Stefano estaba tan emocionado que apenas podía contener su energía.

"¿Ya llegamos?", preguntó Stefano, ansioso por ver las maravillas que había escuchado sobre las islas.

"Todavía no, mi amor. Pero en un ratito estaremos allí", respondió su mami con una sonrisa.

Después de unas horas volando, aterrizaron en el archipiélago. Las islas eran un lugar mágico, cubiertas de plantas verdes y rodeadas de un mar cristalino. A su llegada, se encontraron con un guía llamado Don Ricardo, quien los acompañaría en su aventura.

"¡Hola chicos! Bienvenidos a las Islas Galápagos. ¿Están listos para explorar?", dijo Don Ricardo emocionado.

"¡Sí!", gritaron al unísono Stefano y su abuelita, mientras su mami sonreía.

La primera parada fue en una playa llena de focas. Stefano no podía creer lo que veían sus ojos. Las focas jugaban en el agua, chapoteando y tomando el sol en la arena.

"¿Puedo tocar a una?", preguntó Stefano.

"No, querido. Debemos ser respetuosos con la fauna local. Ellos están en su hogar", explicó su abuelita, sabiendo que era importante cuidar de los animales.

Después de disfrutar del espectáculo de las focas, siguieron su camino hacia un sendero que los llevaría a ver iguanas marinas. En el camino, Don Ricardo les contó sobre la importancia de la biodiversidad.

"Las Galápagos son especiales porque tienen muchas especies que no se encuentran en otras partes del mundo. Cada una tiene su propio papel en este ecosistema", dijo.

Stefano escuchaba atentamente y le preguntó:

"¿Y qué podemos hacer para ayudar?"

"Podemos aprender y contar a otros sobre lo que vimos aquí. ¡La educación es la clave!", respondió Don Ricardo.

Después de un día lleno de aventuras, regresaron a su hospedaje cansados pero felices. Esa noche, mientras cenaban, su mami les propuso una idea.

"Chicos, ¿y si hacemos un diario de viaje? Así podemos recordar todo lo que hemos aprendido y vivido aquí."

"¡Eso me encantaría!", dijo Stefano, lleno de entusiasmo.

Durante los días siguientes, exploraron más de las fascinantes islas. Un día, conocieron a una tortuga gigante que se movía lentamente por el camino.

"¡Miren cuánto ha vivido!", comentó su abuelita.

"¿Cuántos años puede tener?", preguntó Stefano, intrigado.

"Algunas pueden vivir más de cien años. Son símbolo de sabiduría y lentitud en este mundo tan acelerado”, contestó Don Ricardo, dándole un abrazo a la tortuga.

Un día antes de regresar a casa, mientras se sentaban juntos, Stefano compartió lo que había escrito en su diario.

"Hoy aprendí que todos somos parte de este hermoso planeta y que debemos cuidarlo. También aprendí sobre la importancia de las especies en sus ecosistemas, ¡como las tortugas y las iguanas!"

Su abuelita le sonrió con orgullo y su mami concluyó:

"Es cierto, cariño. Lo que tú hagas aquí puede marcar la diferencia en el mundo. Debemos hablar y actuar para protegerlo, así como lo estamos haciendo ahora".

Finalmente, llegó el momento de regresar. A bordo del avión de vuelta, Stefano miró por la ventana y vio las islas alejándose. Su corazón estaba lleno de recuerdos.

"Prometo cuidar el planeta, como ustedes me enseñaron", dijo.

"Y nosotros prometemos ayudarte en esto, porque juntos somos más fuertes", respondieron su mami y su abuelita.

Así, con el corazón y la mente llenos de nuevas aventuras y aprendizajes, los tres volaron de regreso a casa, listos para compartir sus historias e inspirar a otros a cuidar del mundo que compartimos.

FIN.

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