Aventuras en la Granja de Alejandro
Había una vez un niño llamado Alejandro que vivía en un pequeño pueblo cercano a una hermosa granja. Desde pequeño, Alejandro siempre soñó con tener su propia granja llena de gallinas, caballos y muchos otros animales. Un día, su amigo Lucas le trajo una noticia emocionante:
"Alejandro, ¡la abuela de Sofía está buscando a alguien que se ocupe de su granja durante el verano!" dijo Lucas con entusiasmo.
Los ojos de Alejandro brillaron al escuchar eso.
"¡Eso suena increíble!" exclamó. "¡Podría cuidar de las gallinas y montar a los caballos!".
Así que juntos, decidieron que Alejandro se encargaría de la granja. El primer día fue todo un desafío. Cuando llegó, se encontró con un enorme corral lleno de gallinas.
"¡Hola, chicas!" les dijo con una sonrisa. Pero las gallinas sólo cloqueaban y se movían por todos lados.
"¿Cómo voy a alimentarlas?" pensó Alejandro.
Recordando lo que su madre siempre decía, ayudó de a poco. Empezó a esparcir granos de maíz en el suelo. Al poco tiempo, las gallinas se acercaron y comenzaron a picotear contentas.
"¡Lo logré!" gritó, saltando de alegría.
Después, se dirigió al establo donde estaban los caballos. Allí conoció a una hermosa yegua llamada Luna, que parecía tímida.
"Hola Luna, soy Alejandro. ¿Quieres salir a pasear?" preguntó mientras le acariciaba el cuello. Luna miró a Alejandro y relinchó suavemente.
Alejandro se subió a Luna y juntos galoparon por la granja. Sintió el viento en su rostro y una felicidad inmensa. Pero de repente, una tormenta llegó sin advertencia.
"¡Oh no! ¡Debo llevar a Luna al establo!" pensó mientras comenzaba a llover.
Corrió para llevar a Luna a un lugar seguro. Justo cuando llegaron al establo, el agua empezó a caer con mucha fuerza.
"¡Eso fue muy cerca!" exclamó Alejandro, empapado pero aliviado.
Al día siguiente, el sol brillaba nuevamente y el campo mostraba un hermoso arcoíris. Alejandro salió a ver a sus animales,
"¡Buenos días, chicas!" dijo a las gallinas.
Pero cuando ingresó al corral, notó que algo extraño sucedía. Las gallinas estaban muy inquietas, ¡parecía que algo las asustaba!"¿Qué les pasa?" se preguntó. De repente, escuchó un ruidito extraño que provenía de unos arbustos. Con curiosidad, se acercó a investigar. Fue entonces cuando vio a un pequeño conejo atrapado entre las ramas.
"¡Pobrecito!" dijo, sintiendo compasión. "Debo ayudarlo". Usando sus manos, cuidadosamente despejó los arbustos para liberar al conejo.
"¡Listo!" dijo mientras el conejo saltaba felizmente lejos.
Las gallinas parecían más tranquilas, como si comprendieran que Alejandro había hecho algo bueno. Estaba orgulloso de haber ayudado a un animal que lo necesitaba.
Con el paso de los días, Alejandro se convirtió en un excelente cuidador de la granja. Aprendió a hacer queso, a ordeñar vacas y a sembrar semillas. Un día, decidió realizar una feria para mostrar a sus amigos lo que había aprendido.
"¡Los invito a todos! Tendremos quesos, dulces y muchos animales para conocer" dijo excitado.
El día de la feria llegó y muchos amigos aparecieron. Todos disfrutaron de los deliciosos productos de la granja.
"¡Qué rico está todo!" comentó Sofía mientras probaba un pedazo de queso fresco.
"Yo nunca había visto gallinas tan alegres" dijo Lucas, riendo mientras una gallina picoteaba a su alrededor.
Al final del día, los amigos de Alejandro lo aplaudieron con entusiasmo.
"¡Eres un gran granjero!" le dijeron.
Alejandro sonrió, contento de haber compartido su experiencia con los demás.
"Pero no podría haberlo hecho sin la ayuda de todos los animales" agregó humildemente.
Desde ese día, Alejandro continuó cuidando de la granja y aprendiendo cada día más sobre el maravilloso mundo de la agricultura y el cuidado de los animales. A medida que pasaban los veranos, su amor por la granja creció, y nunca dejó de recordar aquella tormenta que le enseñó a ser valiente y a ayudar a los que lo necesitan. Y así, Alejandro y su granja vivieron muchas más aventuras juntos, siempre llenas de diversión y aprendizaje.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.