Aventuras en la Nieve


Había una vez en un pequeño pueblo al pie de la montaña, un grupo de amigos llamados Sofía, Juanito, Martina y Tomás que esperaban ansiosos la llegada del invierno. Les encantaba jugar en la nieve, construir muñecos y deslizarse por las colinas. Para estar preparados, se abrigaban con pantalones térmicos, camisas de lana, gruesos abrigos, guantes, gorros y botas resistentes al frío.

Cuando el invierno llegó, todo el pueblo se vistió de blanco. La nieve era suave y reluciente, y los copos parecían bailar en el aire. Los niños salieron corriendo de sus casas, emocionados por lo que les deparaba la temporada.

- ¡Miren qué hermoso está todo! -exclamó Sofía, con sus mejillas sonrojadas por el frío.

- ¡Sí! Es como un mundo mágico -añadió Martina, maravillada por la vista.

Tomás, el más aventurero del grupo, propuso una actividad: construir un iglú en lo alto de la colina. Así que, entusiasmados, tomaron sus palas y se pusieron manos a la obra.

El viento soplaba fuerte, pero ellos estaban tan concentrados que ni siquiera lo notaron. Trabajaron juntos, uno llevando bloques de nieve, otro compactándolos y otro dándoles forma, hasta que al final del día, su iglú se alzaba imponente. Estaban agotados pero inmensamente felices.

- ¡Lo logramos! -gritó Juanito, con jubilo.

- ¡Ahora sí que somos los reyes de la montaña! -exclamó Tomás, con una sonrisa de oreja a oreja.

Sin embargo, cuando estaban a punto de entrar a su creación, escucharon un ruido extraño. Al acercarse, descubrieron que dentro del iglú se encontraba un conejito temblando de frío. Sin dudarlo, lo sacaron de allí y lo abrazaron para que se calentara.

Al ver la valentía y solidaridad de los niños, el conejito decidió mostrarles un lugar secreto en el bosque: una montaña mágica cubierta de nieve eterna. Los niños, asombrados, siguieron al conejito, internándose en el bosque hasta que alcanzaron la cima de la montaña. Allí, descubrieron que la nieve nunca se derretía, y podían disfrutar de invierno en cualquier época del año.

Desde ese día, cada vez que empezaba el invierno, los niños visitaban la montaña mágica y compartían su descubrimiento con el resto del pueblo. La solidaridad y el compañerismo los habían llevado a vivir emocionantes aventuras y a encontrar un tesoro que les brindaba felicidad para siempre.

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