Ayelén y el brillo del amarillo



Había una vez una adolescente llamada Ayelén, a quien le encantaba el color amarillo. Desde pequeña, siempre se había sentido atraída por todo lo que tuviera ese tono vibrante y soleado.

Su habitación estaba decorada con cortinas amarillas, su ropa era mayormente de ese color e incluso tenía un diario con tapas amarillas en el que escribía todos sus pensamientos y sueños.

Un día, mientras Ayelén caminaba por el parque luciendo su vestido amarillo favorito, notó algo extraño en un árbol cercano. Se acercó curiosa y descubrió un pequeño pájaro atrapado entre las ramas. Sin dudarlo, Ayelén extendió sus manos hacia el pajarito para liberarlo. "Tranquilo, pequeñito.

No te preocupes, te ayudaré", susurró Ayelén con ternura mientras trataba de desenredar al ave de la maraña de ramas. Finalmente, después de algunos minutos de paciencia y cuidado, logró liberarlo. El pajarito voló felizmente hacia el cielo azul.

"¡Gracias! ¡Gracias!", cantó alegremente el pajarito desde lo alto del árbol. Ayelén sonrió satisfecha y continuó su camino por el parque cuando escuchó un ruido proveniente del lago cercano.

Se acercó rápidamente y vio a un grupo de niños intentando rescatar a unos patitos que estaban atrapados en la orilla fangosa del agua. Sin pensarlo dos veces, Ayelén se lanzó al lago sin importarle ensuciarse su vestido amarillo. Con cuidado, tomó a cada patito y los llevó de vuelta al agua segura.

"¡Muchas gracias por salvarnos!", graznaron los patitos mientras nadaban felices junto a su madre. Ayelén se sentía muy feliz de haber ayudado a esos pequeños animales y continuó caminando por el parque cuando escuchó un llanto desconsolado cerca de una banca.

Se acercó y encontró a un niño pequeño que había perdido a sus padres en medio del tumulto del parque. "No te preocupes, yo te ayudaré", le dijo Ayelén con calma mientras lo abrazaba para consolarlo.

Juntos, caminaron por el parque buscando a los padres del niño hasta que finalmente los encontraron. Los padres estaban angustiados y aliviados al ver que su hijo estaba sano y salvo. Agradecidos, le dieron las gracias a Ayelén por su valiosa ayuda.

Ayelén se dio cuenta de algo maravilloso en ese momento: ayudar a los demás era la mejor forma de expresar su amor por el color amarillo.

Ver la alegría en los ojos de aquellos a quienes había ayudado era mucho más gratificante que cualquier objeto amarillo que pudiera tener. Desde ese día, Ayelén decidió dedicarse a hacer buenas acciones todos los días.

Ayudaba en casa, colaboraba con sus amigos en el colegio e incluso participaba en proyectos comunitarios para apoyar causas importantes como la protección del medio ambiente. Con cada acto de bondad, Ayelén descubría una nueva razón para amar el color amarillo.

No solo era un tono bonito, sino que también representaba la calidez y la felicidad que sentía al ayudar a los demás. Y así, Ayelén demostró que con pequeñas acciones se pueden hacer grandes cambios en el mundo.

Su amor por el amarillo no solo iluminaba su vida, sino también la de todos aquellos a quienes tocaba con su generosidad y bondad.

FIN.

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