Ayer, viajé a la Luna
Era una tarde tranquila cuando Tomás, un niño curioso y soñador, se sentó en su jardín a observar el cielo. De repente, un brillante destello cruzó la esfera celeste. Tomás no podía creer lo que estaba viendo y, casi sin pensarlo, se dejó llevar por su imaginación.
- ¡Mamá! - gritó Tomás, mientras soñaba con un cohete lleno de luces. - ¡Quiero viajar a la Luna!
La mamá de Tomás sonrió, sabía que su hijo era un pequeño aventurero. Pero el pequeño no se conformaba con un simple deseo. Con el brillo de un nuevo plan en los ojos, se fue a su habitación y comenzó a construir su propia nave espacial con cajas, globos y un montón de cosas que encontró por toda la casa.
- ¡La Luna me espera! - se decía a sí mismo con determinación.
Al día siguiente, justo cuando el sol empezaba a asomar, Tomás logró terminar su nave. Con una gran explosión de creatividad, la pintó de colores brillantes y le añadió una bandera con su nombre. Estaba listo para despegar.
Tomás se subió a su nave y cerró los ojos, deseando con todas sus fuerzas que pudiera viajar a la Luna. En ese momento, sintió un ligero temblor, como si su corazón estuviera a punto de saltar de alegría.
De repente, ¡PUM! Un sonido fuerte lo sacó de sus pensamientos. Al abrir los ojos, se dio cuenta de que estaba en la Luna.
- ¡Guau! - exclamó Tomás, mirando a su alrededor. - ¡Es increíble!
El paisaje lunar era mágico, lleno de cráteres y polvo brillante. Caminaba sobre el suelo
lunar con pasos saltarines, sintiéndose más ligero que nunca. En su recorrido, encontró a un pequeño ser de otro planeta. Era un extraterrestre de colores vibrantes, con orejas largas y una sonrisa grande.
- ¡Hola! - dijo el extraterrestre con una voz melodiosa. - Soy Luni. ¿Eres un visitante de la Tierra?
- ¡Sí! - respondió Tomás emocionado. - He venido a explorar.
Luni se rió y le dijo: - Entonces, debes venir a conocer a mi familia.
Tomás lo siguió y juntos saltaron por toda la Luna hasta llegar a un pequeño hogar hecho de cristal. La familia de Luni lo recibió con entusiasmo. Había una madre extraterrestre cocinando una extraña pero deliciosa comida.
- ¡Bienvenido, amigo visitante! - dijo la mamá de Luni. - Aquí solemos compartir historias. ¿Te gustaría contar la tuya?
Tomás, que era muy tímido, dudó un momento, pero la calidez de la familia extraterrestre lo animó. Comenzó a contarles sobre su vida en la Tierra, sus amigos, la escuela, y cómo había soñado con viajar a la Luna. La familia escuchaba con atención, y Tomás notó que ellos también tenían historias fascinantes que contar.
- ¡Nosotros también soñamos! - dijo el hermano de Luni. - Pero nunca hemos conocido a un terrícola. ¡Tú eres el primero!
Tomás y sus nuevos amigos compartieron risas, juegos y muchas historias. Pero, mientras el tiempo pasaba, Tomás notó que el cielo empezaba a cambiar de color.
- Oh, no quiero irme aún - dijo con un suspiro.
- No te preocupes - tranquilizó Luni. - Puedes volver siempre que quieras. La amistad no tiene fronteras, y la Luna siempre estará aquí.
Tomás se dio cuenta de que había hecho amigos para toda la vida y que la distancia no importaba. Antes de partir, la familia de Luni le dio un regalo especial: un pequeño cristal lunar que brillaba con luz propia.
- Este es un símbolo de nuestra amistad - dijo la mamá de Luni. - Siempre que lo mires, recuerda que siempre serás bienvenido aquí.
Con el corazón lleno de alegría, Tomás subió a su nave y, con un último saludo, se despidió de Luni y su familia. Cerró los ojos y, al abrirlos, se dio cuenta de que estaba de vuelta en su jardín.
Tomás miró el cristal en su mano y sonrió. Sabía que había vivido una aventura asombrosa y que la Luna no era solo un lugar en el cielo, sino también un símbolo de las amistades que se pueden forjar sin importar la distancia.
- ¡Gracias, Luna! - gritó Tomás, levantando el cristal hacia el cielo. - ¡Volveré!
Y así, aunque sus pies estaban firmes en la Tierra, su corazón seguía flotando en la Luna, lleno de sueños, aventuras y nuevas amistades que durarán para siempre.
FIN.