Ayer y Hoy


Había una vez en un pequeño pueblo argentino, en el año 1816, un grupo de valientes hombres que se reunieron en la ciudad de Tucumán para declarar la independencia de Argentina. Desde entonces, el 20 de junio se celebra el Día de la Bandera, en homenaje a Manuel Belgrano, quien creó nuestra querida bandera.

En aquellos tiempos, las personas vestían ropas elegantes y coloridas. Los hombres usaban sombreros de ala ancha y capas, mientras que las mujeres llevaban vestidos largos con encajes y hermosos abanicos. No existían los autos ni los autobuses, así que si querían ir a otro lugar, utilizaban caballos o carretas tiradas por bueyes. También se comunicaban de forma diferente, enviando cartas escritas a mano que demoraban mucho en llegar.

En vísperas del Día de la Bandera, en el pueblo se preparaban con entusiasmo para la gran celebración. Los vendedores ambulantes recorrían las calles ofreciendo sus mercancías: frutas frescas, pan recién horneado, telas para confeccionar vestidos, y hasta los juguetes más sencillos. La gente se reunía en la plaza central, donde se alzaba un mástil para izar la bandera.

Un niño llamado Mateo estaba muy emocionado por la celebración. Su abuelita le contó cómo era el 20 de junio en aquellos tiempos, y Mateo no podía creer que antes no hubiera celulares ni televisión. Al escuchar sobre la vestimenta y los medios de transporte antiguos, Mateo imaginaba cómo sería vivir en esa época.

El día de la celebración, Mateo se vistió con su mejor atuendo, con una camisa celeste y blanca, los colores de nuestra bandera, y un sombrero estilo gauchesco. Acompañado por su familia, se dirigieron a la plaza. Al llegar, se encontraron con una fiesta llena de música, bailes folclóricos y juegos tradicionales. Mateo participó en una carrera de embolsados y hasta probó montar un caballo.

Mientras disfrutaban de la celebración, Mateo observó a su alrededor y pensó en las diferencias con el pasado. En la plaza ya no se veían vendedores ambulantes, sino puestos de comida con luces brillantes y juegos mecánicos. La comunicación ya no dependía de cartas, sino de mensajes instantáneos en un teléfono celular. Los coches y autobuses llenaban las calles, y los trajes elegantes habían sido reemplazados por ropa más casual. Aunque era diferente, Mateo sabía que el amor por la bandera y la patria seguía igual de fuerte.

Al final del día, mientras regresaban a casa, Mateo le dio las gracias a su abuelita por contarle sobre la historia del Día de la Bandera. Estaba contento de vivir en la época actual, con todos los avances que facilitaban la vida, pero también valoraba la importancia de recordar cómo se celebraba antes, cómo vestían, cómo se transportaban, y cómo se comunicaban. Desde entonces, Mateo supo que la historia de la bandera y su significado siempre serían parte de su vida, sin importar cuánto cambie el mundo.

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