¡Ayuda, por favor!
Había una vez en la ciudad de Buenos Aires, un niño llamado Mateo que estaba muy emocionado porque su mamá lo llevó de compras al centro comercial.
Mateo era un chico curioso y travieso, siempre quería explorar cada rincón de las tiendas. "Mamá, ¿puedo ir a ver los juguetes mientras tú buscas la ropa?", preguntó Mateo con ojos brillantes. "Está bien, pero no te alejes mucho y recuerda dónde estamos", respondió su mamá con una sonrisa.
Mateo asintió emocionado y se dirigió corriendo hacia la sección de juguetes. Estaba tan concentrado mirando los autitos que no se dio cuenta de que había perdido de vista a su mamá.
Cuando finalmente levantó la vista, notó que estaba rodeado de desconocidos y no sabía hacia dónde había ido su mamá. Comenzó a sentirse nervioso y asustado. Se quedó parado en medio del pasillo sin saber qué hacer.
De repente, recordó lo que su mamá le había enseñado sobre qué hacer si se perdía: buscar a alguien del personal para pedir ayuda. Con valentía, Mateo se acercó a una cajera y le dijo con voz temblorosa: "Me perdí de mi mamá, ¿me puede ayudar?".
La amable cajera lo tomó de la mano y llamaron por el altavoz para avisar que estaban buscando a la mamá de Mateo.
Pronto, la mamá de Mateo llegó corriendo hacia él con una mezcla de alivio y preocupación en su rostro. Lo abrazó fuerte y le dijo cuánto lo había extrañado. "¡Gracias por seguir mis consejos y pedir ayuda! ¡Estoy tan orgullosa de ti!", exclamó su mamá mientras secaba sus lágrimas.
Mateo aprendió una lección importante ese día: nunca debía alejarse demasiado sin avisar a un adulto responsable. A partir de entonces, prometió siempre estar atento cuando saliera con su familia.
Y así, entre abrazos y sonrisas, Mateo comprendió que incluso en situaciones difíciles como perderse en un centro comercial, siempre habría alguien dispuesto a ayudarlo si tenía el coraje suficiente para pedirlo. Y juntos continuaron disfrutando su día de compras con más precaución pero también con más complicidad que nunca.
FIN.