Bajo el Sol de Dos Mundos
En un rincón del universo, en un planeta llamado Marzón, vivía una curiosa familia de marcianos. Eran tres: Mamá Ziri, Papá Blurp y su hijo, Quiquín, un pequeño marciano de piel verde y ojos brillantes.
Un día, mientras exploraban la galería de estrellas, un extraño destello iluminó su hogar. Era un agujero de gusano que los transportó a la Tierra, justo en la playa de un país llamado Argentina.
La familia humana que estaba allí era los Pérez: Mamá Ana, Papá Miguel y sus dos hijos, Lucas y Sofía. Cuando los marcianos aterrizaron, todos se miraron con sorpresa y un poco de miedo. Pero Quiquín, lleno de valentía, fue el primero en acercarse.
"¡Hola! Yo soy Quiquín, ¿son amigos o enemigos?" - preguntó con una sonrisa amplia.
Lucas, el niño más grande de los Pérez, se acercó, aún incrédulo.
"¡Qué loco! Yo soy Lucas, y estos son mi hermana Sofía y mis papás. ¡No muerden, eh!" - dijo, tratando de hacer reír a su nueva amiga.
La risa de los niños rompió el hielo y, para sorpresa de todos, los marcianos comenzaron a hacerse amigos de los humanos. Decidieron ir juntos a pasear por la playa.
Mientras caminaban por la orilla, Mamá Ziri se maravilló de cómo el sol brillaba sobre el agua.
"En Marzón, el sol brilla, pero no sobre el agua. ¡Es asombroso!" - exclamó.
Sofía, curiosa, le preguntó:
"¿Cómo es tu casa, Quiquín?"
"¡Oh! En Marzón, vivimos en burbujas que flotan entre los árboles y brillan por la noche. Para divertirme, salto entre las nubes. ¿Y ustedes?" - respondió él, mientras saltaba sobre la arena como si fuera una nube.
Los Pérez mostraron a sus nuevos amigos cómo se jugaba a hacer castillos de arena. Pronto, todos estaban inmersos en la construcción de un enorme castillo.
"¡Miren, es un castillo espacial!" - dijo Papá Blurp, mientras añadía conchas y algas al castillo.
"¿Castillo espacial? Nunca había visto algo así. ¡Qué creativo!" - comentó Lucas, asombrado.
La diversión continuó hasta que, de repente, una ola mucho más grande que las demás llegó y, ¡splash! , barrió el castillo recién construido. Todos se quedaron en silencio, mirando cómo las olas se llevaban su obra maestra.
"No importa, podemos construir otro más grande y mejor. ¡Como en el espacio!" - dijo Quiquín, intentando animar a sus amigos.
La familia Pérez sonrió. Ellos también conocían sobre la importancia de no rendirse.
"¡Sabés qué! Podemos hacer uno aún más alto, pero esta vez le pondremos una torre de secretos. ¿Qué te parece?" - sugirió Sofía.
Juntos se pusieron manos a la obra, y esta vez, se aseguraron de fortalecer el castillo para que las olas no lo destruyeran. Mientras trabajaban, Mamá Ana les contaba a los marcianos sobre otros juegos de playa, como el frisbee y el vóley. Quiquín encontró todo fascinante y, aunque sus cuerdas vocales marcianas se torcían al hablar español, hacía lo posible por recordar cada nuevo término que aprendía.
Después de varias construcciones y juegos, el sol comenzó a ponerse.
"¡Vengan! ¡La puesta de sol es el momento perfecto para mirar juntos!" - dijo Papá Miguel.
Todos se sentaron en la arena, mirando cómo el cielo se pintaba de colores: rosa, naranja, y violeta. Mamá Ziri, inspirada, dijo:
"¡En Marzón, también vemos colores mágicos! Pero en nuestra tierra, nunca habíamos visto esto tan cerca. Es especial."
"¡Es una mezcla de nuestros mundos!" - comentó Sofía. Todos miraban en silencio, disfrutando el ya mezclado encanto de sus culturas.
Y así, en ese mágico día de playa, no solo hicieron amigos, sino que también aprendieron sobre la importancia de la creatividad, la resiliencia y el valor de la amistad, independientemente de que uno venga de otro planeta.
Cuando el agujero de gusano los llamó de regreso a Marzón, se despidieron con promesas de volver a encontrarse.
"No importa de dónde venimos, siempre podemos ser amigos aquí y en cualquier lugar" - dijo Quiquín, sonriendo.
Con un último vistazo a la brillante playa, los marcianos se despidieron de los Pérez, prometiendo que dentro de poco volverían a jugar juntos, bajo el sol de dos mundos.
FIN.