Baltazar y el Mundo de los Sabores



Era una vez un niño llamado Baltazar, que vivía en una pequeña ciudad rodeada de montañas y ríos brillantes. A Baltazar le encantaban las hamburguesas. Desde que tenía memoria, su menú diario consistía exclusivamente en su amado plato: hamburguesas con queso, con tomate, sin cebolla... ¡cualquier hamburguesa era bien recibida! Sin embargo, su papá, Don Felipe, estaba un poco preocupado.

"Baltazar, hijo, deberías probar otros alimentos. Hay un mundo de sabores esperándote que podrías disfrutar mucho" - decía siempre su papá.

"Pero papá, las hamburguesas son perfectas, no necesito nada más" - respondía Baltazar, mientras mordía una jugosa hamburguesa.

Un día, mientras jugaba con sus amigos en el parque, Baltazar se encontró con una niña llamada Luna, que tenía una gran sonrisa y un cabello rizado que brillaba al sol.

"¿Qué comes, Baltazar?" - le preguntó Luna, mostrando sus deliciosas galletitas de avena.

"Hamburguesas, siempre hamburguesas" - respondió Baltazar, orgulloso.

Luna lo miró con curiosidad.

"¿Nunca has probado algo diferente?" - inquirió, asombrada.

"¿Para qué, si tengo las mejores hamburguesas del mundo?" - dijo Baltazar, queriendo aparecer seguro.

Luna, decidida, le propuso una idea.

"Mirá, ¿qué tal si hacemos una búsqueda del tesoro en el parque? Cada pista que encontremos nos llevará a un tipo diferente de comida. Si lo lográs, quizás puedas descubrir un nuevo sabor que te guste" - sugirió.

Baltazar se quedó pensando. El desafío parecía divertido, y aunque su amor por las hamburguesas era fuerte, la idea de ser un explorador de sabores lo emocionaba. Asintió con la cabeza.

"Está bien, hagámoslo" - dijo Baltazar, listo para la aventura.

Lo que Baltazar no sabía era que esa búsqueda del tesoro lo llevaría a conocer muchos sabores increíbles.

Cada pista que encontraban los llevaba a una nueva comida. Primero, encontraron una fruta brillante que Luna identificó como una piña.

"¡Pruebala, es refrescante!" - gritó Luna, mientras mordía un trozo.

"Está... no está mal" - respondió Baltazar, algo sorprendido.

Luego, llegaron a una pequeña casita donde un abuelo hacía empanadas. Baltazar nunca había visto algo así y decidió ser valiente.

"Voy a probar una" - dijo Baltazar y, con un bocado, chasqueó los dedos.

"¡Esto es increíble!" - exclamó Baltazar, visiblemente emocionado.

Las sorpresas seguían. Encontraron también una fuente con verduras de colores.

"¡Mirá esos pimientos! Son crujientes y dulces" - animó Luna.

Baltazar, un poco aprehensivo, decidió probar uno.

"¡Sabes, en realidad son muy ricos!" - dijo Baltazar, aunque no quería admitirlo del todo.

Finalmente, llegaron a un puesto donde un hombre hacía helados artesanales.

"¿Te animás a probar uno?" - preguntó el hombre.

"No sé..." - Baltazar dudó, todavía con el recuerdo del intenso sabor de las hamburguesas en su boca.

"Dale, hacelo por la aventura" - le animó Luna.

Baltazar tomó una cucharada y se le iluminó el rostro.

"¡Este es mi sabor favorito!" - gritó, riendo.

Después de un día lleno de risas y nuevos sabores, Baltazar volvió a casa con una gran sonrisa y un estómago satisfecho. El amor por las hamburguesas seguía ahí, pero también había espacio para muchas otras delicias.

La próxima vez que su papá le sirvió una hamburguesa, Baltazar sonrió y le dijo:

"Papá, me encantaría agregar un par de cosas diferentes para acompañarla. ¡Incluiré algunas verduras!"

Don Felipe sonrió, satisfecho de ver que su hijo había comenzado a explorar un mundo de sabores variados.

Desde ese día, Baltazar se convirtió en el explorador de sabores del vecindario. Cada semana organizaba una pequeña búsqueda del tesoro con sus amigos y juntos descubrieron platos de todo tipo.

Baltazar nunca dejó de amar las hamburguesas, pero ahora también disfrutaba de muchas otras comidas ridículamente ricas como pizzas, sopas, frutas y helados de todos los colores.

La vida de Baltazar se llenó de nuevos y deliciosos sabores, y comprendió que a veces vale la pena salir de la zona de confort y probar cosas nuevas. Su papá estaba feliz, sus amigos más contentos, y el corazón de Baltazar, repleto de sabores de mil colores, tan pleno como su barriguita.

Y así, Baltazar aprendió que la vida es rica en sabores, ¡y que siempre hay espacio para disfrutar de la buena comida juntos!

FIN.

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